martes, 20 de septiembre de 2011

Una mujer mayor.

                         17 de Septiembre de 1923. Ese fue el día de mi nacimiento. La menor de once hermanos, no fue una alegría el que llegara al mundo sana y salva, una boca más que alimentar, fue el primer pensamiento de mis padres al mirarme.
                           En ese entonces, no recuerdo en que casa vivíamos, pero si sé que a lo largo de mi infancia, nos mudamos en seis ó siete ocasiones. No existían problemas inmobiliarios en esa época. La última casa que recuerdo, era la de la calle Doctor Juan de Padilla y en esa permanecí hasta el final de mis días. 
                          Mi infancia fue triste y pesarosa, nunca supe lo que era un colegio y la falta de afecto de unos padres cansados de críar hijos con escasos medios económicos y de llorar la muerte de tres de ellos, no fue precisamente el entorno más adecuado para una niña. Mi verdadera madre, fue una hermana diez años mayor que yo, pero siempre añoré a la mía. 
                           De aquella manera un tanto amorfa, llegué a la adolescencia, mi carácter se iba formando, perfeccionista, generosa, un tanto narcisista y algo protestona. 
                           Conocí el amor cuando cumplí los diecisiete, pero mi familia no estuvo de acuerdo con el elegido por mí y lo apartaron de mi vida. Era muy común en aquel tiempo, los hermanos mayores o el padre decidían quien sería el marido adecuado. Casarme después de los treinta, era un fracaso, conseguí un hombre introvertido e inseguro, al que pude manejar a mi antojo. 
                               Y permanecí a su lado hasta su fallecimiento, hoy día en que soy una mujer mayor, lo recuerdo con cariño. 
                             En éste momento en que estoy frente al espejo, repasando la vida que me tocó vivir, me pregunto quien es esa vieja que me mira desde el otro lado, mezclando arrugas y lágrimas y porqué no tuve la suerte de vivir en otra época en que fuera yo quien tomara las riendas de mi vida.

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