miércoles, 28 de diciembre de 2011

Triste cuento de Navidad.

                          Colocó como siempre los tres Reyes Magos subiendo la escalerilla de cuerda. Al acabar, pensó que éste año parecían más pequeños o quizá fuera que de tanto usarlos se estaban  desgastando.  
                         No tenía ningún adorno más, tuvo que hacer un gran esfuerzo en su momento cuando adquirió las figuritas colgantes. Los limpió con suavidad para sacarles todo su brillo, los niños se entusiasmarían al verlos. 
                             Todos los años gritaban al darse cuenta de que las figuras ya estaban colgadas. La atmósfera de Navidad empezaba a crearse en su casa a partir de entonces. Y como pasaba siempre, a pesar de faltar solo una semana para Reyes, aún no había comprado ningún regalo. Si no tenían casi ni para comer, ¿como iba a comprar algo?. 
                                 Y como siempre sucedía, pensando en ello, lágrimas inesperadas  llegaron a sus ojos. Sabía que éste año iba a conseguir el dinero de la misma manera que los anteriores. Un sollozo impregnó su cuerpo sin quererlo. Se secó los ojos con rapidez al sentir los pasos de los niños en el pasillo. Ya se habían levantado. 
                                   Los gritos y las caras de alegría, le dieron fuerzas para continuar con su idea. Así que esa noche a las diez y después de dejar a los niños con su vecina, Carmen se arregló y salió a la calle. Por instantes le parecía una idea fatal, pero cambiaba de opinión rapidamente y proseguía la caminata. La satisfacción que le daría a sus hijos cuando pudiera juntar el dinero necesario, la empujaba sin remedio. 
                                     Media hora después, encontró al primer cliente...











                                  

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