lunes, 26 de diciembre de 2011

Una mala pasada...

                                  Tuve un mal día. Lo sé. Siempre digo que los días no tienen porqué ser iguales. Pero éste es de los peores que recuerdo.
                                   Mi empresa no me había pagado por falta de fondos. Me dolía una pierna por no haber hecho estiramientos en el gimnasio, y para colmo, mis suegros llamaron que iban a venir al cumpleaños de su hijo.
                                   No se me ocurre nada peor que pueda pasar, todo lo hubiera superado, pero lo de mis suegros ya era la gota que colmaba el vaso. Le dije a Ricardo que los llamara diciendo que estábamos enfermos. Pero se negó. Reconocía que eran un coñazo, pero que eran mayores y seguro que no acudirían a su próximo cumpleaños. 
                                      Lo había escuchado decir las mismas palabras desde hace diez años, los mismos que llevábamos casados. 
                                     Y, sí, llegaron sus padres al día siguiente por la mañana, lo más temprano que pudieron, no me despertaron porque me levanto  temprano. Ricardo seguía durmiendo sin enterarse de nada.
                                      Cuando me levanté esa mañana, sentí que todo daba vueltas a mi alrededor, una extraña y nueva sensación. Lo más curioso de todo es que aún en la cama intenté planear mi día, y  no pude. No recordaba nada de lo que pasó ayer. 
                                           Se que venían mis suegros y que mañana era el cumpleaños de mi marido, que estaba en mi cama y que me llamaba Helena. Pero por más esfuerzo que hice, no recordaba lo que pasó ayer. Bueno, ni ayer ni los días anteriores, era todo muy extraño...
                                        Si es cierto que pensé que el hombre que dormía a mi lado era mi marido y que yo estaba en mi casa, pero lo que me parecía raro, era el no poder recordar los días anteriores. 
                                      Se me ocurrió que debía ir al médico, pero cuando lo pensé, ya estaban tocando el timbre.
                                          Abrí la puerta y los miré como quien ve a dos extraños...no los recordaba, pero mi suegra se encargó con rapidez de decirme quienes eran.
                                            —!Hija, por Dios, parece que tus suegros son unos desconocidos!
                                            Y acto seguido, entró en la casa. Por esas palabras fue como me enteré quienes eran. Como no recordaba que tipo de relación llevábamos, intenté comportarme con ellos de la manera más educada. 
                                             Pasé el mejor día de mi vida, a pesar de tener la visita de mis suegros. Al día siguiente, recordaba todo a la perfección, quise pensar que algún duende me había jugado una mala pasada... nunca se lo agradeceré lo suficiente.








                                                 

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