sábado, 2 de octubre de 2010

LA AUPTOSIA

                  Subía las escaleras despacio, con el cansancio típico del viejo que lleva demasiados años en su espalda. Eran cuatro pisos, de esos edificios antiguos, en que los escalones son muy altos. No se había dado cuenta de lo altos que eran, sino hacía unos años, en que un problema pulmonar, le obligaba a respirar con dificultad. No vivía sólo, su mujer y su hija mayor, también estaban con él. A veces pensaba que llegado a esa edad, hubiera preferido tener una casa para no compartir. Le molestaba las manías de los otros, su mujer, mayor como era, lo tenía anulado o al menos lo intentó desde el mismo momento que se casaron. Era una mujer obcecada y testaruda, nuca daba su brazo a torcer. Discutía por cualquier cosa, simplemente, él estaba harto. Estaba harto de sus gritos, de su malhumor constante, de la manipulación con que educó a sus hijos, que los había utilizado a su antojo. Los chicos, hoy día mayores, eran tímidos y apocados delante de ella, no se atrevían a llevarle la contraria y con tal de que estuviera contenta, hacían cualquier cosa.
                         Pero su hija pequeña, no era como sus hermanos, tenía un carácter fuerte y se enfrentaba a su madre si lo creía necesario. Había cumplido veinticinco años hacía poco, pero a veces parecía que tenía mas, por su forma de razonar y su madurez. Quedó con su padre aquella mañana de Enero, para verse en un parque lejos de casa. Ahí estaba ella, resolutiva y con ese empuje de mujer mayor. Cuando el padre, tres horas después se marchó, no sabía que pensar con respecto a lo que su hija le había hablado, le dijo que si él no la ayudaba, lo haría sola, que lo único que le pedía era discreción. 
               Le sugirió, darle una alta dosis de un medicamento para dormir, luego ella, que trabajaba en la consulta de un médico, le pondría una inyección que le causaría un infarto, no dejaba rastro, todo limpio, sin dejar señales, ya que vivían allí. Él estaba asustado, no se veía con fuerzas. Pero ella acabó convenciéndolo, no podían seguir con esa tortura psicológica hasta el fin de sus días, eso no era vida. 
                 Y lo hicieron, un día cualquiera, se pusieron de acuerdo, sólo dijeron hoy. Todo salió según lo previsto, la policía y los detectives que visitaron la casa, no encontraron nada sospechoso. 
                Hasta que llegaron los resultados de la auptosia, aquellos ignorantes, no sabían que el medicamento para dormir, si dejaba restos. 
                      La cárcel les pareció tanto al padre como a la hija, mas llevadero que vivir con la madre, así, que no quedaron disconformes. 

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