miércoles, 24 de agosto de 2011

Ausencia de creencias.

                                  Atravesé el puente como hacía a diario, me detuve un rato en mirar las aguas del río, ese invierno había llovido en demasía, el caudal aumentó considerablemente. Al poco, miré el reloj de la iglesia y continué mi apresurado paseo. Iba a la casa de mis primos, hacía tiempo que no los veía, éste Domingo era un buen momento.
                         Apesar de ser tarde, continuaban durmiendo, tan sólo mi tía se había despertado. Según  entré en su casa, vi la nueva figura que había comprado, un pequeño buda sonriente, ocupaba parte de la mesa del recibidor, alrededor de su cuello, monedas doradas. Mi tía estaba feliz con la nueva adquisición, al pasar por su lado, le tocaba la barriga, da suerte, me dijo.
                           Me facilitó el nombre de la tienda en donde lo había comprado y ni corta ni perezosa me fui a comprar uno. Exactamente igual al suyo, con las mismas monedas alrededor del cuello fue el que compré. Me lo llevé a casa orgullosa, lo puse en la entrada, tal como me aconsejó mi tía. Aunque nunca creí en los amuletos, no me vendría mal, mi situación económica era precaria, la personal más ó menos por el estilo.        
                             Doce días después de tener el buda en mi casa, las cosas iban cada vez peor en mi vida, esa mañana, acudí de nuevo a casa de mi tía en busca de consejo. Como siempre, feliz de verme, nos sentamos ante una taza de café. Le conté mis cuitas, una sonrisa de entendimiento se formó en su rostro.
                      Marian, me dijo, si no crees, es imposible que sea efectivo.     

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