
Era un mes de un verano, como todos, caliente y húmedo, cualquiera que estuviera fuera de las casas frescas de los pescadores, podía sentir las gotas de sudor como se apropiaban de su cuerpo, pero estábamos acostumbrados a vivir empapados en cuanto llegaba el Agosto, a nadie le parecía extraño ver a otro chorreando la camisa, lo que en cualquier lugar se sentirían avergonzados, a nosotros, nos sugería simplemente, que había llegado el calor.
Aquel día, bajamos temprano y llevamos la comida para estar hasta la noche, era fin de semana y nadie iba a trabajar. Montamos las sombrillas al llegar y al rato, los niños, sin excepción, estaban todos en el agua, las madres, para variar, intentando poner un poco de orden con la ropa que iban dejando tirada por aquí y por allí. Los hombres, todavía seguían en la avenida, se reunían para jugar al dominó y a las cartas, era típico en nuestra zona, no nos parecía raro, lo hicieron nuestros abuelos y lo harían nuestros hijos. Nos gustaba verlos a todos contentos, se reían sin dificultad, los problemas se dejaban olvidados y las penas no recordábamos donde estaban.
El día de playa, no era eso, sino un día, pero nos llenaba de energía para poder volver al siguiente al duro trabajo del mar.
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