domingo, 19 de diciembre de 2010

RECORDANDO.

                    Él estaba sentado en su sillón como siempre, nada raro ni inusual. Cualquiera que en aquel momento hubiera entrado en la casa, no encontraría diferencia con días anteriores. Pero había algo imperceptible, algo que nadie podía notar, era la forma en que no se movía.
                  Estaba estático, no tenía ese tipo de agitación con que se le notaba otros días. Generalmente se levantaba muchas veces en la tarde, un dinamismo acuciante lo dominaba pero hoy, estaba tremendamente apático y relajado.
                     Intentamos distraerlo y animarlo, traerlo de nuevo a este mundo, pero no hubo forma, estaba en otro lado, tan lejos que no podíamos acceder.
                     A pesar de ser  mayor se movía con rapidez, sus viejos huesos, mantenían la  vitalidad y la ligereza de la juventud, pero el día de hoy, algo especial, algo diferente estaba sucediendo.
                              Nos vinimos a dar cuenta ya muy tarde, pasadas las ocho, cuando murmuró con pena, —hoy hace cuarenta años que murió mi hijo.

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