martes, 5 de octubre de 2010

LA FORENSE

                        Los ojos del difunto, me miraban, abiertos de par en par. Lo habían asesinado la noche pasada y lo habían mantenido en el frigorífico desde entonces, hacía ya veinticuatro horas. Nadie tuvo la compasión de cerrar sus ojos recién muerto, ahora ya, era imposible. Todo eso estaba pensando mientras trabajaba con el joven. Un chico de unos quince años, podía haber sido mi hijo, una bobería en la calle, una pelea de esas con varias copas de mas y ahí estaba el resultado, un chico en plena juventud, muerto antes de tiempo. Todavía no lo había reclamado nadie, lo que sí era raro, en alguna parte habría familiares que lo tenían que echar de menos. Una hora después, terminé la auptopsia, no había nada llamativo ni inesperado, el cuchillo del asesino, le había atravesado el corazón a la primera, no le dio opción a la defensa.  Cuando terminé, mi ayudante lo pasó de nuevo a la nevera, cerramos la puerta y me dirigí a la próxima mesa, donde ya habían depositado a otra persona. Al retirar la sábana, contuve una exclamación de asombro, no así el chico que me ayudaba, que de tal grito que dio, hizo que se abriera la puerta y entrara un compañero asustado. El muchacho este, es idéntico al otro le comenté, sobresaltada, mi ayudante temblaba, sentado en un taburete cercano. 
                           Se hicieron las pesquisas pertinentes y se averiguó que efectivamente, eran hermanos gemelos, pero que nada había tenido que ver un asesinato con otro. Este último era también por arma blanca, pero el cuchillazo en el hígado, lo había hecho desangrarse lentamente durante rato.
                            Esa tarde llegaron sus familiares, reconocieron los cadáveres, fue todo un drama horroroso, pues si bien lo es cuando es un hijo, en este caso que eran dos, peor que peor. 
                                Un mes mas tarde, me dirigí a casa de los chicos muertos, quería saber donde vivían y que pudo pasar. No me cogió de sorpresa, una barriada sucia y apartada, no habían casas, sino chabolas, se veía que la droga campaba a sus anchas. Las calles y el asfalto, brillaban por su ausencia, chiquillos descalzos, a horas de colegio, jugaban en medio de tierra sucia y jeringuillas usadas, no tenían opción de futuro.  A poca distancia, los edificios del centro se alzaban majestuosos, como riéndose de la desgracia de los otros, unos metros mas allá, unos chicos de la cruz roja, daban comida y cosas de aseo.
                         Entre tanto drama y tristeza, entre tanto abandono de las autoridades, no me sorprendió,  que familias enteras, cayeran asesinadas. 

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