Sentí que mi aliento se acababa, que mi respiración tocaba a su fin, era mi momento, no pasaría de ese día. Un miedo atroz me invadió e impidió que la carrera que con tanto éxito estaba terminando, la llevara a buen término, pues la sensación de ahogo y la taquicardia, no me dejaban correr relajado, sino todo lo contrario. Empecé a decaer y correr se convirtió en pocos minutos, en un pasear. Escuchaba obnubilado las voces del público, de mi público, que no entendía porque me ralentizaba de aquella forma. Unos metros mas allá, ya iba jadeando, buscando el aire que me faltaba y un poco después, con un terrible dolor precordial, que lo llaman, caí al suelo como un fardo, sí, cuan largo era, boca abajo. Si alguien, con rapidez, no me hubiera puesto lo que le llaman los médicos decúbito supino o sea boca arriba, creo que me hubiera muerto asfixiado. Un espabilado, me dio masaje cardiaco, mientras otro, me hacía el boca a boca. Me salvaron la vida. Nada de eso lo recuerdo.
Nunca entendí el porqué de aquel incidente, por llamarlo de alguna manera, ya que me tuvo hospitalizado casi veinte días, haciéndome todo tipo de pruebas, hasta que descubrieron algo genético que era la causa de toda la historia. Bueno, de lo que se trata, es que el deporte se acabó para mí, ahora, diez años mas tarde, ya no me importa, porque me dediqué a la investigación médica, lo que me ha supuesto muchos logros en mi carrera, me siento muy orgulloso de lo que estoy haciendo y lo que es mas, plenamente, feliz.
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