Unos granos de arena se apropiaron de su pierna derecha y sacudió sin entusiasmo a los invasores. Sentada frente al mar, miraba con desidia el paisaje olvidado, la playa estaba vacía a pesar del calor, pero en invierno las gentes del lugar no solían acudir..
Sacó del bolso un paquete de cigarrillos y con irreverente parsimonia trabó uno en sus dientes y después de unos crueles segundos, atrapándolo con los labios, lo encendió. Aspiró el humo tan despacio, que si alguien la estuviera mirando pensaría que se ahogaba, pero al expelerlo, el leve entrecerrar de los ojos y la boca entreabierta, denotó que lo hacía por puro placer.
Cambió de postura en la toalla y fue un auténtico alarde de sensualidad, piernas, caderas, cuello y brazos en un baile lento e inaccesible para extraños.
Se levantó para ir a bañarse y el contoneo de su cuerpo, sin quererlo, fue el colmo de la gracia y la naturalidad; mientras caminaba hacia la orilla, pasó el dorso de una mano por la frente, retirando las molestas gotitas de sudor.
No tenía un cuerpo diez, ni siquiera ocho, pero tenía algo que atraía las miradas.
Salió del agua, el pelo mojado y el cuerpo agradecido fuera de él todo rastro de calor, se tumbó mirando el cielo y se quedó dormida.
No tenía un cuerpo diez, ni siquiera ocho, pero tenía algo que atraía las miradas.
Salió del agua, el pelo mojado y el cuerpo agradecido fuera de él todo rastro de calor, se tumbó mirando el cielo y se quedó dormida.
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