viernes, 9 de marzo de 2012

Te quiero.

                                                 La cálida luz de la laguna dormida, resaltaba los innumerables reflejos de sus aguas, que tranquilas y lejanas parecían hablar de sentimientos ocultos y sensaciones no vividas. 
                                 Paseando por su orilla, la mujer del vestido azul paraba de vez en cuando y miraba su rostro en ese espejo. Cantaba tenuemente una ligera cancioncilla de verano, una sonrisa en su cara y el paso relajado. 
                                    Desde el extremo opuesto, Jaime miraba con desconcierto. Ojos ávidos que observaban con premura el rostro amado. La chica caminaba con esa cadencia propia de las diosas, pequeño paso y contoneo suave de caderas. Se agachó a coger un hierba del suelo y  el  traje se pegó a sus muslos, mientras el cuerpo de Jaime reverberaba de emoción. 
                                            Al rato llegó el momento esperado, se introdujo despacio en el agua, mientras jugueteaba con ligeros movimientos. Al salir, brillando y húmeda, él sólo veía la desnudez que lo mantenía inmóvil. Como hacía siempre ella se puso a su altura y atrayéndole hacia sí, musitó la palabra maldita: "te quiero".
                            









                                       

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