Percibí el amanecer de mi pena de la misma forma que sorprendí a mis emociones ocultas. Trabé con ellas un pacto, no más aislamiento ni soledad, yo para ellas y ellas para mí.
A partir de ese entonces aprendí a distinguir la tristeza del recuerdo.
A partir de ese entonces aprendí a distinguir la tristeza del recuerdo.
Fue así mientras la sensibilidad de mi sentir se mantuvo oculta bajo ansiedades y miedos. Pero con el tiempo resucitó, salió a la superficie con tal fuerza que yo fui la primera sorprendida.
Terribles los instantes de ira, los momentos de reproche o la cólera casual.
No juzgué ni tomé partido, pero sí determiné que no quería vivir más con esa horrible angustia en mi interior.
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