Me acerqué con cuidado a la proa del barco para mirar el amanecer y allí estaban, dos preciosos delfines disfrutando como yo del momento. Me mantuvieron hechizada sin quererlo y no escuché unos pasos a mi espalda.
No se cuanto tiempo estuvo tras de mí, lo cierto es que al volverme di un pequeño grito asustada. Me pidió disculpas por su intromisión asegurando que no pretendía alarmarme. Mientras hablaba yo lo miraba, de nuevo hechizada por el color de sus ojos. Eran de un azul tan intenso que se asemejaban al color del mar de fondo.
Se presentó como Miguel, viajaba con su madre a la que había prometido este crucero por su ochenta cumpleaños, yo también le dije mi nombre y le comenté que iba con mi marido.
Empezamos a vernos todas las mañanas en el mismo lugar, el resto del día cada uno hacía su vida con su pareja de viaje; cuando le presenté a mi marido se sorprendió por la diferencia de de edad entre ambos. Al día siguiente me lo comentó y fui sincera al decirle que mi mayor deseo siempre había sido salir de la precaria situación económica en que viví muchos años, cuando conocí a Carlo supe que ese estilo de vida había llegado a su fin.
No lo entendió demasiado, me habló del amor, de proyectos en común y de no se cuantas cosas más. Yo le hablé de pasar hambre y necesidades, de ponerte ropa estrecha por no tener dinero para comprar, le hablé de desayunar infusiones con pan del día anterior y de no saber lo que era un cine o un restaurante.
Le hablé largo y tendido, él me miraba con sus ojos azules abiertos al entendimiento, al acabar yo mi disertación, me abrazó con fuerza y me dijo "a partir de hoy vas a conocer lo que es el amor sincero."
Hoy día que han pasado muchos años, aún somos amantes.
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