viernes, 21 de octubre de 2011

Alegría ficticia.

                               Cuando acabamos la cena, sentía la alegría ficticia del vino, sin quererlo nos habíamos tomado  dos botellas y el calor de la bebida me inundaba por dentro y por fuera. 
                            El frío de la calle hizo que me arrebujara a su lado y como cualquier pareja, abrazados, recorrimos la distancia hasta su apartamento. Varias paradas para dar rienda suelta a lo que sentíamos, amor no era, pero sí unas tremendas ganas uno del otro.
                                    Al despertar del siguiente día, no supe en donde estaba, miré alrededor entre  neblinas de sueño y  alcohol. Él dormía, me levanté sigilosa y me vestí. 
                               La mañana de Lunes hacía que en la calle hubiera una frenética actividad, entré en un bar cercano y pedí un café doble. Los habitantes del local me miraron, pensé que se darían cuenta que venía de una cama extraña. Me miré en el espejo que tenía enfrente y no me extrañó que se fijaran en mí, se notaba a una legua que me acababa de levantar, el pelo alborotado y el maquillaje corrido.
                               Pagué y me fui a dar una vuelta por la playa. Con los zapatos de tacón en la mano, metí los pies en el agua, !ah! que delicia, sentir el frescor de las olas pequeñas y ligeras de la mañana estallando en mis piernas. Caminé casi toda la orilla, a esa hora poca gente, algunas personas mayores que paseaban y corredores.
                                Sentí que me embargaba una auténtica felicidad y como siempre, pensé... que esa sería la última vez que me iría a la cama con un desconocido.     









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