lunes, 5 de septiembre de 2011

El cumpleaños de Sofía.

                                   El día de mi setenta cumpleaños, conocí al novio de mi hija. De nombre Fernando, me pareció un hombre agradable y buen conversador. Había algo en él que no me terminó de gustar, pero como una semana después de estar entrando en casa no pude averiguar lo que era,  lo dejé pasar. 
                              Su padre que recién había llegado de unas vacaciones, también acudió al evento. Se llamaba Fernando igual que el hijo, se parecían mucho fisicamente y en la forma de ser. Los dos altos, no muy bien parecidos pero con un punto de esos que agradan a las mujeres. Miraban con descaro a los ojos al hablar, con una insolencia y  atrevimiento no típico de personas mayores.
                                 El padre venía con coche caro y dinero en el bolsillo. Ropa de marca y jersey de cachemir sobre los hombros. Y a mí, que siempre me gustó la buena vida, el día que me propuso ir a cenar, le dije que sí. 
                              Yo estaba bastante bien para la edad que tenía, unos kilos de más y el pelo conservando mi color oscuro debido a los tintes. También conservaba el buen humor de mi juventud y una alegría que no era usual en la gente de mi edad. Me ilusioné con él como una vulgar quinceañera, como no era tonta, no permití que el amor entrara en mi vida, una simple ilusión que sabía sería pasajera.
               Al año de relación, tanto mi hija como yo, los echamos de nuestras vidas, los dos cometieron sendas infidelidades, recuperamos una vida que habíamos dejado atrás y sin recordar el pasado, empezamos de nuevo.                      













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