jueves, 2 de junio de 2011

Una caperucita moderna.



                           Otra vez un camino, otra vez un trayecto en el que mi despiste era el principal handicap, pero me propuse que no fuera de nuevo de esa manera, ésta nueva trayectoria, la hice dejando atrás, no las miguitas de pan del cuento, pero si, pegué con cinta adhesiva cada tres ó cuatro árboles, un pequeño trozo rojo de papel, con el que me guiaría a la vuelta. Y con esa tranquilidad, proseguí, sabiendo que no tendría dificultades a la vuelta. Con precaución, observé la entrada del atajo que sabía me conduciría con rapidez a casa de mi tía. Nunca se me ocurrió pasar por allí, bastantes cosas se hablaban de ese lugar y ninguna demasiado buena, que si hacía años mataron a una chica, que si los violadores permanecían ocultos tras los árboles esperando una víctima. Bah!, chismorreos de pueblo, me dije, yo pertenecía a otra generación que no creía en todas esas patrañas.
                               Y con la falsa seguridad que va a cuestas con la juventud, me adentré por la vereda desconocida. Realmente, parecía un lugar bastante seguro, los gruesos troncos de los árboles imprimían al sitio una cierta serenidad y protección, me sentía contenta al atravesar la senda, no todo el mundo se hubiera atrevido. Con esos alegres pensamientos, recordé que llevaba música, me puse los auriculares y proseguí el paseo.
                         Una hora más tarde, se abrió un claro en el camino, retiré la música para mirar con detenimiento, eran los taladores de árboles, tenían organizado un extenso campamento, un pequeño kiosco en donde comían y varias tiendas de campaña. Más lejos, se oía el ruido de los trabajadores. Me acerqué, comprobando que parecían personas tranquilas, una invitación a un refresco y me senté durante un rato a descansar. Algunos al ver una mujer, se aproximaron con timidez, yo, que soy bastante extrovertida, en seguida me hice amiga de todos. Me quedé casi una semana con ellos, lo pasé genial, aquellos hombres estaban muy necesitados, creo que mi marcha, los dejó tristes, pero no indiferentes. Me fui más contenta  que cuando llegué.
                         Dos horas después, ya estaba en la casa de mi tía, le entregué lo que llevaba en la mochila, me lo había dado mi madre, un paquete bien envuelto. Lo abrió en mi presencia, ella y yo, éramos casi de la misma edad, nunca tuvimos secretos la una para la otra. Preservativos y píldoras anticonceptivas, algún juguete prohibido y poco más, era lo que mi tía esperaba con entusiasmo.  Probamos de inmediato los juguetitos, lo pasamos bien. Al día siguiente, volví a casa.
                             Éste es el cuento de....una Caperucita moderna.

                             
                                   


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