miércoles, 9 de febrero de 2011

NO ERA LO QUE PARECÍA.


                                                                      






















Abrimos la tienda como hacíamos siempre, nada hacía presagiar que iba a haber un robo precisamente ese día. Cierto es que una cosa así no se nota, ni se presagia, es algo que sucede de repente y sin que nadie se lo espere. Así fue como sucedió, en un momento en que la tranquilidad era el imperativo, un cliente cualquiera, entró a pedir algo, no recuerdo ni lo que era, sólo se que minutos más tarde, tenía una pistola en la mano y nos obligaba a darle lo que había en la caja registradora. 
                                             Los tres empleados del local en ese momento, nos quedamos aturdidos, nuestra reacción fue de pasmo total y no supimos reaccionar de otra manera. A ninguno se le ocurrió tirarse al cuello del atracador o en un instante de valor, quitarle el arma o darle un golpe e inmovilizarlo. 
                                       Yo, en concreto, lo miré a la cara y sentí que él también me miró. Era un hombre bastante guapo, vestido de cualquier manera, pero de esas personas que tienen un déjame entrar. A pesar de todo, se llevó el dinero y nos dejó con el miedo en el cuerpo. La policía acudió según la llamamos, pero el ladrón llevaba guantes y no dejó huellas en ningún sitio. 
                                             Unas semanas más tarde, aquello se había convertido en una simple anécdota, las tres personas implicadas, casi habíamos olvidado el acontecimiento. 
                                                    Fue entonces cuando con unas cuantas amigas, salimos una noche, cenamos y luego fuimos a tomar unas copas a un club de moda. Entonces, en medio de una noche loca, lo vi, el ladrón, el que nos había robado aquel día, el que me había dejado sin sueño varias noches, estaba allí, como una persona más, bailando y divirtiéndose. 
                                            Creo que mis ojos se abrieron como platos y no pude creer lo que estaba viendo, no sólo no lo había cogido la policía, sino que campaba a sus anchas como un ciudadano libre.
                                           En ese momento vi que se acercaba a mi, sin pedirme permiso, me tomó de la mano y cuando me di cuenta, estaba en medio de la pista bailando entre sus brazos. Tenía una forma de hablar, una manera de expresar lo que sentía, una gracia en lo que decía, en fin, era la típica persona que sabía como manipularte de tal forma, que cuando te dabas cuenta estabas haciendo lo que ella quería. Me enamoré como una loca del ladrón de la tienda, no lo pude evitar, lo intenté con todas mis fuerzas, pero me fue imposible. Al ver que no había nada que hacer, me dejé llevar por la situación, no podía hacer otra cosa, sumé mi vida a la de él y fui la mujer más feliz que pisa la tierra.

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