jueves, 10 de febrero de 2011

YO, LA MATAHARI.



              El día que al novio de mi hermana le dieron permiso en el cuartel en donde trabajaba y vino a verla, supe que aquel hombre tenía que ser para mí. Yo era pequeña, sólo una niña, ese pensamiento fue, quizá, el que recuerdo con  mas intensidad de la serie de los que vinieron después. 
                 No se en que momento me dediqué a robar hombres de otras mujeres, pero con el tiempo se convirtió en mi pasatiempo favorito. Por supuesto, con el novio de mi hermana terminé acostándome, si alguna vez ella se llegó a enterar, no lo se, lo que si se, es que viví con ese remordimiento durante mucho tiempo, después, se me olvidó.
                                        Al llegar a la universidad, la fama que me precedía y la que enseguida cogí allí, fue algo atroz, por supuesto, no tenía ni una amiga, las mujeres huían de mí como alma que lleva el diablo, lo que por otra parte era fácil de entender, me sentía sola, ellas en sus grupos, siempre hablando unas con otras y yo, la matahari, totalmente aislada por si acaso.
                          Superé esos años y tiempo después, me casé, me enamoré perdidamente en el último curso de universidad, de un compañero, que no se ni como se fijó en mí. Decidimos que en cuanto acabáramos de estudiar, nos casaríamos y así lo hicimos. Tres años de fantástica luna de miel y llegó el cruel desenlace, una espabilada, una igual que yo, se fijo en él y me lo arrebató de mi lado. Sentí el mismo dolor que había causado a tantas otras, no podía dar marcha atrás, no podía hacer nada por evitarlo, sólo sentarme a llorar mi pena, como en su momento otras mujeres habían hecho por mi causa.

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