lunes, 18 de octubre de 2010

EL HAMAQUERO Y YO

                  No se si me despertaron  los golpes de tos del catarro, o la claridad del día, se me había olvidado bajar las persianas la noche anterior, ahora, estaba llegando hasta mí toda la luz que el amanecer quería regalarme.
                    Me levanté con aturdimiento y abrí la ventana que daba a la playa, la suave brisa del mar me inundó, como invitándome a sus brazos. No me pude negar a tan sutil invitación, así que tomé un café rápido y bajé a sumergirme en ese azul que me esperaba con los brazos abiertos.
                        Era buena nadadora, de hecho había participado en los últimos campeonatos, no fui elegida, pero por poco. Media hora nadando no supuso mucho para mí, pero tenía hambre, salí y me enfundé en el albornoz rojo que dejé en una hamaca, me calcé las chanclas y me dispuse a dirigirme a mi casa.
                         En eso, una voz me llamó, era el hamaquero, que me conocía de verme a diario, lo saludé y le pregunté que quería, mientras me contestaba que sólo era para reservarme la hamaca, me entretuve en mirarlo, era el hermano mayor del de siempre, trabajaba sólo los veranos cuando venía de donde estudiaba, estaba cachas, moreno, alto y con una cara que llamaba la atención.
                       Esa noche, en la fiesta que se celebraba como inicio del verano, lo volví a ver, bailamos y hablamos bastante rato, fue todo magnífico. Ahora, que ha pasado mucho tiempo, siempre le digo a mis hijas, que el amor no hay que buscarlo, que aparece en el lugar mas insospechado.

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