VIVIR EN PAREJA.

En el entramado que se había formado, lo que más  me tenía sobrecogida, era la auténtica irrealidad de la situación, habíamos comenzado de una forma de lo más normal en cualquier reunión de amigos, en lo que se había convertido ahora, no sabría muy bien como definirlo. Una amiga y yo, que éramos las únicas que estábamos sin pareja, nos mirábamos con asombro, observando como los otros no paraban de discutir. Todo había empezado por un absurdo día en que salimos de acampada y que después de una también absurda borrachera, más de uno y una, cometió el delito de ponerle cuernos a sus parejas, ahí se generaron una serie de hechos y malestares, que algunos los llevaron mejor que otros, pero a todas luces, se veía que las heridas estaban a flor de piel. Entre ellos, no habían solucionado sus problemas y pretendían arreglarlo entre todos, lo cual iba a ser imposible.

                                    En un momento en que los demás, enfrascados como estaban, discutiendo lo indiscutible, abrí la puerta y me fui. No estaba dispuesta a participar en discusiones en las que no tenía nada que ver. La tarde estaba matizada de las clásicas tonalidades del otoño, los marrones y verdes brillaban en los árboles y me quedé parada durante un buen rato, llenándome de toda esa vida, siempre había querido vivir en pareja, me parecía que era lo ideal, pero después de la experiencia que acababa de tener, quizá... no sería tan buena idea.