AQUEL ENCUENTRO.

               Una lluvia pertinaz que duraba ya toda la mañana, me tenía realmente agobiada, así que cuando escampó y unos rayos de sol empezaron a iluminarlo todo, no lo dudé dos veces, cogí mi bolso y abrigo y salí a la calle. Mientras caminaba por el asfalto plateado, me iba fijando en los increíbles matices y tonalidades que se podían percibir en las arboledas del parque, la reciente lluvia, había iluminado de tintes de unos fantásticos matices, en que los verdes y rojos, amarillos y marrones, se veían de unos tonos tan brillantes y limpios que parecían como recién pintados. 

                        Se empezaron a escuchar algunos cantos de pájaros, agradecidos por los recién salidos rayos de sol y el pequeño barranco que cruzaba el parque, cargado de agua, se dejaba escuchar mientras tropezaba con las piedras que iba encontrando a su paso. Seguí mi paseo sin fijarme en que muchas personas habían decidido hacer lo mismo que yo. Unos pasos más y el típico encuentro con el conocido, hacía años que no veía a Jaime, lo venía a encontrar en un parque público en donde no me daba la impresión que fuera un lugar que a él se le ocurriera pasear a diario. Así se lo comenté y él me corroboró lo pensado, pero dado el mal tiempo, se le ocurrió pasear por alguna parte cercana a su casa.
                         Seguimos la caminata los dos juntos, entre charla y charla, nos pusimos al día de antiguos conocidos, también sobre algunos nuevos. Regresamos y subimos a mi casa, lo invité a un té, nos dedicamos hablar sobre la vida y sobre el amor, fue una conversación bastante fructífera, tocamos muchos temas y al acabar, me sentí tan llena de él, como si acabara de hacer el amor. Lo despedí en la puerta de mi casa y quedamos en vernos al día siguiente, volver a ver a Jaime fue uno de los mejores regalos que he recibido.