lunes, 13 de diciembre de 2010

UNA FORMA DE SENTIR LA NAVIDAD.

               El lagrimeo de los ojos no me dejaba ver con claridad lo que estaba leyendo, a cada rato paraba para secarme el chorreo constante que presagiaba una gripe.
                        Cerré el libro y a pesar del frío de afuera, me decanté por un paseo, preferible a estar en casa sin poder hacer nada. Aún no teníamos el invierno encima, pero el tiempo helado nos avisaba de lo cruel que iba a ser.
                     Las luces brillaban en las calles, tan sólo faltaban dos semanas para Navidad y el mundo, nuestro mundo, se lanzaba a la calle a comprar como si en ello se les fuera la vida.
                 Era lo que los niños esperaban, la educación que les habíamos dado le decían que se acercaba el día en que se les colmaría de regalos.
                       Nunca se les dijo que en otros lugares de nuestro planeta, no demasiado lejos, otros niños como ellos, esos días lo que esperaban era algo de comida y un poco de agua, quizá una mano que les suministrara algún antibiótico, si tenían suerte.
                         Pero la vida es así de injusta, unos mueren de enfermedades que en esta parte se curan en dos días y ahí están, gobiernos y grandes organizaciones, con sus nombres rimbombantes, con sus leyes, reuniones y protocolos que nunca terminan de solucionar nada, porque ellos se siguen muriendo y nosotros... seguimos comprando.

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