sábado, 25 de diciembre de 2010

ROSALINDA

                 Rosalinda, odiaba su nombre, nunca supo como se le ocurrió a su madre ponerle el peor  que encontró, claro, que conociéndola, lo raro hubiera sido que le hubiera puesto uno normal, porque su madre, de normal, tenía poco. Ella la adoraba, a pesar del nombre, porque era una persona inusual, diferente al resto, no se ocupaba ni se preocupaba de lo que la gente pudiera pensar de ella, actuaba según le parecía y  le apetecía. Aquel día de Febrero, húmedo y gris, la instó a que se diera prisa pues había que salir. Su madre era así, aunque Rosalinda no supiera adonde iban, tampoco lo preguntaba, la acompañaba, con eso era suficiente. Se abrigaron bien y subieron a la montaña, quedaba tan lejos, que al llegar, Rosalinda se dejó caer en la suave capa de nieve, que había dejado un manto blanco en toda la cordillera, absolutamente rendida. Pero su madre no le dio ni un respiro, sobre la marcha le indicó el tipo de hierbas que tenía que recolectar, no era tarea fácil, pues la nieve recién caída, ocultaba muchas de las plantas.
                        Dos horas de intenso trabajo, mas tarde, a Paula, que así se llamaba la madre de Rosalinda, le pareció que era suficiente lo recogido y decidió que podían bajar de nuevo al pueblo.
                              En el trayecto de vuelta, se les acercó un desconocido, también él iba cargado de plantas y ramas secas, se presentó como el dueño del herbolario del pueblo vecino. Pero fue el instante en que miró a mi madre y ella trabó sus ojos en él, cuando supe que esos dos, habían encontrado su alma gemela. Los miré y me dieron ganas de reírme, pues parecían dos adolescentes venidos a menos, con una excusa cualquiera, me quité de en medio y salí corriendo a casa, que por otra parte era lo que se me apetecía, porque había quedado con unos amigos. 
           Tres horas después, al llegar a casa, ahí estaban ellos, compartiendo una taza de té en la mesa de la cocina, hablando ininterrumpidamente y de lo mas felices. Un año mas tarde, Samuel era ya una parte importante de nuestra vida, compartíamos casa y momentos intensos, no podía haber tres personas más compenetradas en este mundo, todos los días agradezco el momento aquel en que mi madre y yo, fuimos a la montaña.
                           



                   

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola, gracias por dejar sus comentarios, prometo contestar a todos. Besos, Maca.