Un enorme camión congelador, interrumpía el paso a la autovía, empecé a desesperarme después de cinco largos minutos tras él. Si llegaba tarde a la oficina, Manuela, mi jefa, no me hablaría hasta media mañana cuando ya no tuviera más remedio; a veces eso constituía un descanso, tenerla alejada casi medio día me relajaba y trabajaba más concentrada.
Manuela tenía unos cincuenta años, es cierto que no los aparentaba, ya que tenía un cuerpo delgado y ágil, de pelo castaño corto, siempre iba vestida a la última, ropa cara y de buen gusto.
Manuela tenía unos cincuenta años, es cierto que no los aparentaba, ya que tenía un cuerpo delgado y ágil, de pelo castaño corto, siempre iba vestida a la última, ropa cara y de buen gusto.
Cuando llegué, me sorprendió que Manuela no estuviera allí, la llamé a su casa pero nadie contestó. Era extraño pues era la primera en entrar y la última en irse. A media mañana intenté contactar de nuevo con ella, pero el teléfono estaba apagado, entonces decidí ir a su casa.
La urbanización donde vivía estaba a media hora del centro, al no ser hora punta llegué rápido. Su casa, apartada de las demás era un pequeño chalecito con un jardín delantero muy bien cuidado para mi sorpresa, no me la imaginaba en esos menesteres.
Empujé la verja y entré, me sabía mal hacerlo de esa manera, pero no había timbre ni llamador. Di un rodeo mirando a través de los cristales, todo parecía en orden y recogido, salón, cocina e incluso el baño, tenían las persianas levantadas, cualquiera podría ver lo que sucedía dentro tan solo acercándose. Al llegar al dormitorio, la cosa fue diferente, allí había alguien.
En seguida me oculté tras un seto, Manuela y un hombre, retozaban en la cama.
No lo podía creer, el hombre parecía mucho más joven que ella, veinte o quizá treinta años. Despacio, asomé de nuevo la cabeza, en efecto, no me había equivocado, era un muchacho joven. Entre los dos, una enorme caja de bombones de chocolate, los saboreaban mientras se besaban con pasión.
Me apoyé en el muro de espaldas a la ventana, tendría que reptar para salir de allí.
En eso, la ventana se abrió.
Manuela habló con una voz gutural que yo desconocía, — Lucía, ¿no crees que yo también tengo derecho a disfrutar?.
Sólo pude atinar a susurrar un discreto: —sí...claro...
Fue la última vez que acudí a casa de alguien... sin llamar primero.
Empujé la verja y entré, me sabía mal hacerlo de esa manera, pero no había timbre ni llamador. Di un rodeo mirando a través de los cristales, todo parecía en orden y recogido, salón, cocina e incluso el baño, tenían las persianas levantadas, cualquiera podría ver lo que sucedía dentro tan solo acercándose. Al llegar al dormitorio, la cosa fue diferente, allí había alguien.
En seguida me oculté tras un seto, Manuela y un hombre, retozaban en la cama.
No lo podía creer, el hombre parecía mucho más joven que ella, veinte o quizá treinta años. Despacio, asomé de nuevo la cabeza, en efecto, no me había equivocado, era un muchacho joven. Entre los dos, una enorme caja de bombones de chocolate, los saboreaban mientras se besaban con pasión.
Me apoyé en el muro de espaldas a la ventana, tendría que reptar para salir de allí.
En eso, la ventana se abrió.
Manuela habló con una voz gutural que yo desconocía, — Lucía, ¿no crees que yo también tengo derecho a disfrutar?.
Sólo pude atinar a susurrar un discreto: —sí...claro...
Fue la última vez que acudí a casa de alguien... sin llamar primero.
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