miércoles, 7 de septiembre de 2011

La visita a una bruja.

                                            Estaba tan enfadada que se me ocurrió la peor de las soluciones, busqué en internet una página de magia negra. Encontré  un teléfono y concerté una cita. Dos días después a la hora indicada, estaba ante la puerta de la supuesta bruja.
                            El sitio era en una barriada de mala muerte, la casa parecía a punto de venirse abajo. Toqué con suavidad, casi tres minutos más tarde me abrió una señora mayor. Me pasó a una pequeña salita de espera. Los quince minutos de espera me dieron para fijarme en los detalles. Las dos mesitas que se hallaban en la habitación estaban cubiertas por sendos tapetes de croché, encima, multitud de figuritas  llenas de polvo.
                              Las paredes con unos cuadros horrorosos y platos de recuerdos de otros países.      El piso de dibujos, antiguo. Un hermoso gato pardo pasó sin mirarme. Desde el extremo  de la sala, uno negro hizo otro tanto.
                           Ya estaba desesperándome  cuando salió la cliente que estaba dentro.  Una señora  se acercó a mí, no tendría más de cuarenta años, atractiva y muy alta, no daba el perfil de una bruja. Me tendió la mano afablemente y me indicó que la siguiera.
                            Un pasillo largo y angosto, en donde el olor a la comida de la cena, se hacía más que evidente, desembocó en lo que era su consulta. Al pasar por un patio lleno de plantas, me vine a dar cuenta que ya había oscurecido. El cuartito que hacía las veces de consultorio, era casi idéntico a la sala de espera salvo por que tenía una mesa en un lado.
                               No me hizo ninguna pregunta, se dedicó a echar cartas sobre la mesa. Al rato, me despidió después de decirme que me habían hecho algo muy grave. Me dio una bolsita con unas piedras y me acompañó a la puerta sin cobrarme nada. Lávalas todos los días con agua y sal, en una semana vienes de nuevo con ellas.
                                  Y esa fue mi primera visita a Domitila. Estuve una semana dándole vueltas a quien me podía haber hecho algo, mi amiga Luisa se rió de mí, comentando que me había dejado tomar el pelo por una embaucadora. Pero no sé porque, a pesar de que hice lo que me había dicho, nada dio resultado, el enfado que tenía con una amiga, se me fue pasando, y pensando que le tenía que pagar un buen dinero cada vez que iba, decidir no volver más.

                                 
                               
    
                                       

                         

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