domingo, 18 de septiembre de 2011

La cita.

                                        Añadí la nuez moscada a la bechamel y bajé el fuego. Estuve revolviendo un rato más y abandoné la cocina. La casa ya estaba recogida en espera de que sonara el teléfono. Una vez más, me miré en el espejo de la entrada, rehíce algún rizo de mi pelo y salí a la terraza a fumarme un cigarro. 
                               Faltaba un rato para que llegara, un mensaje telefónico sería el aviso para bajar. Abrí la pequeña nevera y saqué el vino, era una necesidad en aquel momento. Llené la copa que guardaba cerca y bebí con ansia. Era una copa grande, tallada a mano, Julio no sabía lo que me costó, si se llega a enterar, me mata. Literalmente,... me mata. 
                                Repasé una vez más las habitaciones de los niños y el salón, todo en orden, en su sitio, como a él le gustaba. Apagué el fuego y retiré la sartén. No creo que hoy tuviera queja de nada. Siempre la encontraba, si no en el cuidado que ponía en recoger la casa, en la comida, que si muy fría o muy salada, la cuestión era hacerme sentir una mierda.
                                El móvil dio un quejido y con presteza lavé la copa, la guardé y cogí el ascensor.
                                Abajo, en la calle, me esperaba...Julio.  

2 comentarios:

  1. Manda a paseo a ese Julio que no reconoce a la maravillosa persona que está a su lado y le tiene todo a su gusto y aún así no está contento ¡que le den!

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  2. Gracias, Martuqui por tu comentario. Un beso grande.

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Hola, gracias por dejar sus comentarios, prometo contestar a todos. Besos, Maca.