martes, 13 de septiembre de 2011

Extraña cita.

                                    Un cierta confusión y algo de abandono, hizo que la tan esperada cita se convirtiera en un fracaso. Era una cita de esas que le llaman a ciegas, un lugar público y una dirección por mail, y allí estaba yo, sentada en una cafetería esperando a un desconocido.
                                  Un hombre tomando algo en la barra, me hizo pensar que podría ser él, pero al rato, acabó la caña y se fue de brazo de una chica. Una hora después, supe que aquello había sido un desastre, ésta  sería la última vez que lo intentara. Con el ánimo por los suelos, salía de la cafetería, cuando tropecé con alguien que entraba a toda prisa, miró en derredor y casi gritando me preguntó si era Sandra.
                              Aunque tarde, mi hombre llegó, me senté de nuevo con él a mi lado y resistí sus disculpas casi diez minutos. Lo perdoné porque venía de muy lejos, demasiado para mi gusto. Entre sus explicaciones surgió la de su madre enferma, entonces me ablandé.
                                   Carlos, que así se llamaba, era un ser absolutamente tierno, un encanto de persona, en principio no me gustó, pero por consejo de una amiga, empecé a verme con él. En éste caso, no conseguí un amor, pero si un amigo de por vida. 
                                       

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