lunes, 5 de septiembre de 2011

Con la cuchara que cojas, come.

                                       Con aquella forma de actuar me rompió el corazón en mil pedazos. Recuperarme de su desamor me costó demasiado tiempo, tanto, que al final decidí que yo sola no lo lograría y me marché a casa de mi hermana, se casó hacía dos años y en ese tiempo no la había visto.
                       Karina vivía a cuatro horas de avión. Fue muy valiente al elegir irse tan lejos, su marido tenía otras opciones de trabajo, pero ninguna tan atractiva como esa.
                     Llegué a su casa por la noche, ellos me esperaban en el aeropuerto. Ver a mi hermana después de tanto tiempo, nos costó a ambas unas cuantas lágrimas. Me instalé en su casa, un bonito chalet de las afueras, vivir con ella era como estar en mi propia casa. A la mañana siguiente me levanté temprano, quería hablar que habláramos, saber como iban las cosas en su vida.
                      Según la vi a la luz del día, supe que algo no iba bien. Una exagerada palidez y   una delgadez extrema, me hicieron pensar que algo terrible pasaba en su vida. Cercos marrones bajo sus ojos y su cara antaño alegre y vivaz, daba la imagen de alguien que sufría.
                      Después de unas cuantas horas hablando, me enteré de todo lo que pasaba. Era tan simple y atroz, como que su marido le era infiel. Desde hacía un año, tenía una amante, lo reconocía y le parecía de lo más normal. La escuché durante largo tiempo, después la pregunta fue tan simple como que quería hacer con su vida.
                          Para mi angustia, me dijo que no quería dejarlo, que lo quería y estaba muy apegada a él.
                             Cuando me marché una semana más tarde, me volví hacia ella y le dije un refrán que siempre decía mi madre:  -- Con la cuchara que cojas, come.
                                     

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola, gracias por dejar sus comentarios, prometo contestar a todos. Besos, Maca.