miércoles, 10 de agosto de 2011

Me pareció imposible.

                            Lo admiré desde que recuerdo. Asistía a cualquier conferencia que daba, maravillándome de aquella forma tan suya de llegar al público. Era un comunicador nato. 
                        Me sentaba en primera fila y observaba todos sus movimientos. No es que me sintiera interesada por lo que decía, la política no era lo mío, pero sólo por verle valía la pena. Vestido siempre de colores claros, a veces llevaba una chaqueta que retiraba indolentemente de sus hombros a mitad de la charla. La dejaba caer en alguna silla vacía y se pasaba la mano por el pelo como si se le hubiera enmarañado. Seguro que era un terrible narcicista. 
                       Aquella tarde me sentía motivada para ir a su encuentro. Al acabar, subí al estrado junto a veinte personas más, unos a preguntar, otros a pedir autógrafos. Firmaba ejemplares de su último libro, para todos una sonrisa y una frase. Cuando sólo había delante de mi dos personas, lo miré sin disimulo. Me imaginé lo que sentiría si tocara la piel de su cara, satinada y morena. Cuando lo escuché decir que estábamos todos invitados a la cena de esa noche, creí que me daba algo. !Cenar con él!, con mi ídolo, era mi día de suerte.
                          Nos reunimos en un restaurante cercano, hice lo imposible por sentarme junto a él y lo conseguí. Cambiamos unas frases de saludo, me llamó por mi nombre para presentarme a una persona. Tan sólo cinco palabras para hundirme en la miseria:  Carla, te presento a mi marido.      
                                 

                                     

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola, gracias por dejar sus comentarios, prometo contestar a todos. Besos, Maca.