lunes, 22 de agosto de 2011

El detective.

                  Salí del juzgado cansada y harta de la mañana que habíamos pasado, estaba literalmente exhausta, me dolían los pies de tantas horas en pie y lo peor era que también me dolía el alma, porque de cinco juicios que tuvimos, habíamos perdido dos. Sólo quería llegar a casa y darme una buena ducha caliente. Llegué al coche y lo abrí desde lejos, mientras me acercaba, oí  pasos tras de mí, pero no  imaginé que eran de alguien que quería hacerme daño.
                          Me desperté en el hospital al día siguiente, sin saber donde me encontraba, mi amigo Mario, como no podía ser menos, a mi lado. Al rato, la policía con las preguntas que se hacen en estos casos, no había mucho que contar, por que el que me dio el tremendo golpe en la cabeza, me había dejado una nota, por si había alguna duda.
                        Teníamos un juicio en dos semanas y era una amenaza clara de como te presentes, te matamos. Está claro, comenté con sorna; el inspector que estaba frente a mí, dijo que  me lo tomara en serio, estaba claro que no era una broma. Estuvieron a punto de matarla, añadió. 
                         Cinco días después, estaba de nuevo en casa, medio aturdida, pero en casa. Según llegué, un toque en la puerta y un sobresalto por mi parte. Soy yo, sonó la voz del inspector ya conocido, miré por la mirilla y abrí.
                      Traía un acompañante,  que según me dijo, se convertiría en mi sombra en las siguientes semanas, hasta que se celebrara el juicio. De nada valieron mis  súplicas de que  me sabía cuidar y que tendría cuidado, el tipo se sentó en mi sofá y yo me quedé allí de pie como una tonta, mirándolo.
                                Y, si, efectivamente, como había dicho el inspector, se convirtió en mi sombra. No me dejaba ni cuando iba a la peluquería. Era una persona un tanto extraña, bien parecido, pero con pinta de indigente, una tarde se lo comenté y me dijo que era la costumbre de estar siempre preparado para cualquier misión.
                              Nos acostumbramos a pasar las tardes juntos, bueno, tardes noches y mañanas. Salía a la calle con él siguiéndome varios metros más atrás. Poco a poco fue cogiendo confianza y se terminó poniendo a mi lado, charlábamos sin parar en los paseos. Así me enteré de parte de su vida, viudo, deportista y sobretodo, buena persona.
                                  Cogieron al que me golpeó, después del juicio él detective se despidió de mí.
                         Un mes más tarde me sentía absolutamente indefensa contra la tristeza que me invadía. Lo echaba de menos y sabía que me había enamorado. El Domingo siguiente, él toco a mi puerta y me invitó a cenar.




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