lunes, 6 de junio de 2011

Sin arrepentimiento.



                     Rozaba mi mano por la áspera madera del puente mientras lo atravesaba. El río se había secado hacía ya años, su cauce estaba lleno de piedras, hierbajos y matojos que crecieron a su libre albedrío, también en el puente pasaba lo mismo, al caminar, notaba como mis pies calzados con sandalias, se enredaban en las hierbas altas. Había otro camino pero a mi me gustaba más este, me resultaba más sugerente y cautivador.
                      Cuando era pequeña, si que veía el río, con sus aguas profundas y caudalosas, que al atravesar bajo el puente sonaban con un estruendo entre gorgoteos y murmullos, era un escándalo un tanto especial, como sólo un río sabe hacerlo.
                            Al finalizar el trayecto, se levantaba un intenso bosque de acacias, laureles y abetos. Un bosque tan tupido que la gente de la zona procuraba no adentrarse, pues se decía que quien se perdiera, no encontraría el camino de vuelta, jamás. A mi no me daba ningún miedo, pues conocía el lugar a la perfección, de hecho pasé mi infancia y adolescencia correteando por esos bosques.
                              Seguí mi caminata y me adentré en el bosque conocido, una vereda descubierta años atrás, dio paso a otra que no conocía en demasía, pero se me ocurrió explorarla y descubrir nuevos trayectos. Me adentré con entusiasmo, unos enormes laureles a ambos lados de un suelo arenoso, formaban un arco dejando su suave y fresco perfume, para quien quisiera saborearlo. Respiré profundamente mientras intentaba que la arena y los pequeños picones no entraran en mis zapatos abiertos. Por último me decidí a descalzarme y seguí el paseo con ellos en la mano.
                                  A ambos lados del sendero crecían sin ningún pudor moras y frambuesas, a ratos tiraba de unas y otras, las limpiaba en mi vestido y merendaba. El trayecto se hizo tan largo que una hora después, ya cansada y harta de tanta fruta, me tumbé en un recodo del camino, a la sombra de un ciprés y sin darme cuenta, me quedé dormida.
                            El paso del tiempo y de mi sueño fue rápido, pues cuando abrí los ojos me envolvía un oscuridad de lo más intensa. Me desperté sin saber muy bien donde me hallaba, me levanté despacio y pasó un rato de auténtico esfuerzo hasta averiguar por fin cual era mi situación. Poder ubicarme me costó varios minutos y una vez que lo conseguí, busqué en mi mochila la pequeña linterna que siempre llevaba conmigo.
                             Pero su ayuda no fue suficiente, pues unos metros más allá, a la derecha del sendero, un impresionante abismo abría sus fauces dispuesto a tragarse a quien diera un mal paso. Analizando la situación, cavilé que mejor daba marcha atrás y me quedaba a pasar la noche en donde estaba, como mucho volver por donde vine, ya que al menos era un camino seguro. Así, que con la ayuda de la poca luz que tenía, empecé a desandar lo andado, pero a los diez minutos más ó menos, me paré al escuchar unas voces, quizá habría alguien de acampada y me podrían echar una mano. Los localicé rápido, una fogata en medio de un claro y un grupo de unos siete hombres hablando y bebiendo. Antes de acercarme, me escondí tras un árbol, quería escuchar lo que decían antes de darme a conocer.
                   Al rato, me di cuenta que eran bandidos del lugar, tramaban alguna fechoría y entre todos intentaban arreglar un nefasto plan. Se les notaba peleones y crueles, se reían unos de otros y se mandaban entre sí. Según hablaban, echaban mano a las botellas de vino que mantenían alrededor de la hoguera. Me invadió el miedo y mi primera reacción, fue escapar. Entonces la vi. Una joven yacía tumbada en el suelo, llorando. Supuse que la habían raptado y por lo que pude oír, tramaban pedir un rescate. Pero yo tenía un arma en la mano, sin pensarlo demasiado, rebusqué en la mochila la pistola de mi padre, los cogí de improvisto, siete tiros y siete muertos.
                         No he sentido nunca arrepentimiento por lo que hice, la chica había sido violada, ellos,  eran solamente basura.
                   


                                 
 


                            
                             


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