viernes, 11 de febrero de 2011

UNA CHICA SIN AFECTO.


La sensación de falta de afecto que sentí en ella cuando la conocí, era algo tan evidente que casi se podía tocar. Se le notaba en la forma de hablar, de moverse, en aquel tedio por la vida, un agotamiento indigno de su edad. Se  veía aislada del resto de la gente, no sabía lo que era una confidencia y la palabra amistad, creo que no entraba en su vocabulario. La energía la había abandonado hacía tiempo y  los sentimientos negativos de ira y dolor eran los que primaban en su vida.
                              En una mujer joven, observar que sentía de esa forma, te emocionaba y hacía que de alguna manera sintieras una cierta impresión, pues no era lo habitual. Me entristecía, una congoja me atenazaba el corazón. La invité a pasar unas vacaciones en casa, aunque era amiga de mi hija, a ella le pareció bien pues eran íntimas. Como teníamos una finca en las afueras, en donde habían animales y muchos entretenimientos que no hay en la ciudad, pensé que igual se espabilaría con el cambio de aire. 
                                    No me equivoqué demasiado, aprendió a montar a caballo y a ordeñar vacas, se levantaba de madrugada junto con mi hija y acudían al establo, por las tardes ayudaban al pastor con las ovejas y luego bajaban al pueblo. 
                                     Creo que lo que le vino mejor fue el amor y el compañerismo que encontró en mi casa, a lo peor no sabía ni que existía, la entendimos tanto mi marido y yo como el resto de mis hijos. No se sintió sola ni un minuto de los que estuvo en mi casa, unida a todos en todo momento. El cambio físico y síquico de la chica fue espectacular, al marcharse, le dije que podía volver a su casa cuando quisiera, ella me dijo, gracias por todo lo que he aprendido.

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