NO ME MIRES DE ESA FORMA.

La primera vez que sentí sus ojos en los míos, fue como si sintiera algo como fuego, pero no un fuego cualquiera, sino de ese tipo que  hace que te suba un extraño calor por todo el cuerpo y que una sensación de rubor en la cara te avergüenza y  hace que mires hacia otro lado. El grupo de gente que estaba cerca de mi, se dio cuenta al instante de que algo raro me pasaba y algún estúpido desaprensivo, tuvo la mala idea de comentar la rojez de mi rostro.
                          La timidez con la que había nacido, no creía que se fuera jamás de mi lado, era algo tan apegado a mi ser, que a veces pensaba que el día que no enrojeciera por algún motivo o que no bajara la cabeza cuando alguien me dijera algo, ese día, no sería yo.  Pero a veces, nos equivocamos en nuestras apreciaciones y yo me confundí en la forma de enfocar aquella. Porque según fue pasando el tiempo y yo crecí y me convertí en una mujer mayor, aquella timidez se fue desvaneciendo.
                              Pero si que recuerdo con horror el momento aquel en que, el que mucho tiempo después se convertiría en el amor de mi vida, me miraba a los ojos cada vez que me veía. Era una intensa sensación de hondo pesar al saber que había un terrible impedimento en mí, que me obstaculizaba la normalidad del comportamiento.
                                   Crecí y maduré con tanta velocidad, que ni yo misma me di cuenta. Un día cualquiera, se acercó, me dijo no se qué y noté que no hubo en mi ser ningún tipo de reacción de la acostumbrada, por lo que a partir de ese momento me di cuenta, de que simplemente, había crecido.