domingo, 9 de enero de 2011

LAS HERMANAS

                   Con total tranquilidad, bajé la escalera del parque y dirigiéndome al jardín de la parte posterior, esperé a la persona con la que había quedado. No la conocía, así que busqué entre los paseantes una mujer vestida de azul, pues era como me había dicho que llevaría el color de su vestido. Diez minutos más tarde, me podía el desespero, pues no había ni rastro de la mujer de azul. Cuando ya estaba decidida a marcharme, la vi llegar, a lo lejos, subida en unos enormes tacones y en el hombro un bolso de color rojo que se notaba de buena marca.
                            Se acercó a la fuentecilla en donde nos citamos, me miró, se veía que me conocía, así como yo no a ella. Alargó la mano y se presentó educadamente, Carla Ruiz, encantada, le dije, Georgina Martínez. Me indicó la pequeña cafetería que se encontraba un poco más allá, a lo que acepté encantada. Pedimos cualquier cosa y empezamos a conversar, tenía una mirada implacable, fiera, segura de si misma, no parecía mi hermana, yo era todo lo contrario, me podía la sensibilidad y el hastío, había momentos en que sentía que el agotamiento y la debilidad me tumbaban.
                             Me encontró mediante un detective privado y después de que su madre y la mía, antes de fallecer, le contara la auténtica realidad de nuestras vidas. Estuvimos hablando casi dos horas, decidimos encontrarnos todos los primeros de mes, para mantener el contacto, pero jamás sería igual que si al nacer, nos hubieran mantenido unidas.

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