domingo, 26 de diciembre de 2010

EL COCHE

    22´40 hs. Un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo, siempre será un hermano.

         Al salir del supermercado y acercarme a mi coche, me sorprendió, cuando me apoyé en el para sacar las llaves, que todavía se mantuviera caliente. Hacía ya dos horas que lo había parado, no era normal. Miré a mi alrededor como si por ahí fuera a encontrar la solución al dilema, que por supuesto no hallé, así que abrí la puerta y subí. El coche era un Mercedes último modelo, una auténtica virguería de la tecnología, no me extrañaría que algún desaprensivo, se le ocurriera tomarlo para dar un paseo, pero era un tanto complicado si no disponías de las llaves. En el camino a casa, no me podía quitar de la cabeza el tema del coche, estaba segura que alguien lo había cogido sin que yo me enterara.
             Proseguí con mi vida habitual, se me olvidó todo, no pensaba estar muchos días más pensando en ello, pues eso no me traía sino un intenso dolor de cabeza. Vivía en un bonito edificio de apartamentos de lujo, me lo podía permitir, pues trabajaba en una compañía inmobiliaria a la que no parecía afectar la crisis, vendía bien, la lista de clientes era inmensa, yo era una de las vendedoras mas antiguas.
               Me tomé unas vacaciones de dos semanas, lo estaba deseando, no pensaba irme lejos, pero disfrutaría de no tener horarios ni reloj, con eso me bastaba. Fue al día siguiente, cuando lo sorprendí, miraba mi coche y daba vueltas alrededor, yo estaba en una ventana de mi casa y en seguida pensé que era el individuo del supermercado. Bajé y me hice como que no tenía nada que ver, entablé conversación con él de la manera mas tonta, le pregunté por una calle y algo más, como si no fuera de la zona.  Era un hombre agradable, no parecía un ladrón y me pareció incluso educado y respetuoso, así que después de un rato de charla de lo mas amena, cuando me invitó a un café, le dije que si y me vi sentada con él en una cafetería, dispuesta a descubrir su secreto.
                   Al intimar un poco me contó, que el coche, que yo había comprado de segunda mano, le había pertenecido, siempre fue la ilusión de su vida un coche como aquel y que al haberse arruinado, no tuvo mas remedio que desprenderse de el, pero la pena le embargaba y de vez en cuando, sin que el dueño lo supiera lo cogía para dar un paseo. Le dije que la dueña era yo, se quedó absolutamente horrorizado, me pidió disculpas, prometiendo que no lo volvería a hacer. Llegamos a un acuerdo, cuando sintiera la necesidad de dar una vuelta, tocaría en mi casa y me lo pediría, se lo dejaría sin ningún problema. Él y yo hicimos una bonita amistad, que perdura a través del tiempo.

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