El traje de lino de color verde claro, se ceñía a su cuerpo como un guante, a pesar de ello, no marcaba ninguna curva de más, porque no las tenía, era cómo una maniquí andante. Y, ella, lo sabía.
En varias ocasiones le ofertaron pases de modelo o de revistas, pero no era tonta, mil mujeres como ella o mejores andaban por el mundo, deseando un papel así, no quería para su vida algo parecido, lo tenía planificado de otra forma.
Ella se consideraba una señora, puesto que ya tenía cuarenta años, había enviudado dos veces y tenía la suerte de que la genética la ayudaba, bueno, las operaciones de estética también habían hecho lo suyo. Sabía que el tiempo no perdona, que no tendría toda la vida ni esta cara, ni este cuerpo, así que si quería conseguir un marido con dinero como era su plan, más le valdría darse prisa.
De la manera más tonta, conoció a Félix, era traductor hacía ya muchos años y tenía un buen trabajo, se enamoró perdidamente de él y aunque no era lo que quería para ella, no podía en contra de ese sentimiento, así que cuando se dio cuenta, estaba embaucada en una relación que no deseaba.
Mucho mas joven que ella, sin trabajo fijo, con una media novia según le contó. En fin, que no era precisamente lo que buscaba. El traductor, trabajaba en una sucursal de la ONU, estaba bien considerado, viajaba mucho, pero ella, estaba disgustada, una señora como ella, necesitaba un señor mayor, con la vida solucionada y que se la solucionara a ella.
Días mas tarde recibió un mail de su traductor, se marchaba del país con su novia, la dejaba para siempre. Se sintió humillada y decepcionada, no entendía como pudo ser capaz, por una chica joven e imberbe, que disgusto, que imbécil.
La que se creía tan señora, no sabía, que todos organizamos nuestra vida según el dictado de nuestro corazón... y nuestros sentimientos.
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