miércoles, 21 de agosto de 2013

Sobre personas...

Compañeros de carrera


Guillermo Busutil
Guillermo Busutil
No conocía los textos de Guillermo Busutil; me los descubrió una amiga y me encanta. Siempre que pueda colgaré alguno suyo para que todos aprendamos un poco.
Cuando subimos a un taxi no sabemos qué silencio, qué radio o qué conversación nos espera. No es una aventura a ciegas porque casi antes de indicar la dirección, donde nos aguarda una promesa, la rutina o un destino equivocado, podemos advertir signos de identidad, posibles formas de entablar la comunicación. Un diario deportivo, un escapulario religioso, una bandera política, la miniatura de Elvis o de Betty Page en tentación de plástico o nostalgia de todo a un yen. Hay veces que el trayecto es la integridad inútil o perfecta del silencio. Incluso, en ocasiones, una tensión espontánea que despierta la ansiedad por llegar rápido al punto exacto en el que despedirse con una escueta transacción económica, muchas veces exentas de las protocolarias gracias. Pero lo normal, lo habitual, es pegar hebra con el cogote, el perfil o la mirada del retrovisor que recorre el fútbol, la política local e internacional con un pie jugando embrague y acelerador, y el otro a fondo del sentido común que no vacila en los verbos ni en los adjetivos que toman posesión del lenguaje y dejan en cueros cualquier remilgo de la palabra y su pasiones.
TaxistasLos taxistas son así. Compañeros de carrera que se mueven a la defensiva contra el tráfico y doman la impaciencia en largas esperas al borde de las aceras donde la vida también parece que se para. Tipos curtidos que bogan de bajura la ciudad de la que conocen su logística y su imaginación, hasta el punto de que ellos son la pieza imprescindible del puzzle que completa el funcionamiento de cualquier ciudad y su política. Son hombres que han cruzado generaciones con la mano en alto o la voz en reclamo; irreparables y anónimos hechos de cada día; tiempos precipitados y alguna que otra dirección al fondo de la vida. Conocen mejor que nadie dónde acaban y empiezan de verdad las madrugadas y las fronteras. Tienen la espalda en ágil guardia y en dolor permanente cuando llevan los riñones y la artrosis a casa. Todos han regresado de vacío de algunos sueños con la luz en verde y en la mayoría de sus trayectos descubrieron secretos, fracasos, máscaras impasibles, el resplandor del éxito y el gesto de la derrota, amores juveniles y envidiables ternuras en el ocaso. Algunos cuentan que también ellos fueron pasajeros a bordo de una aventura cuyos labios sin nombre recuerdan cuando fuman a solas, en esas noches donde la lluvia es como en el cine. No hay ninguno que no sepa reconocer en cada carrera una historia, el rostro de las huidas, el aliento que puede convertirse en un amenazante peligro, la pena a punto de ser incandescente en unos ojos, un conocimiento útil que echarse a la memoria. Los taxistas no gesticulan ni tienen miedo a las formas del silencio emborronado por las luces de guardia de alguna que otra farola solitaria y en más de una ocasión, en el asiento de atrás, han llevado a un fantasma con una deuda de más, con una copa de menos. Unas veces han sido clientes fugaces. Otras, cómplices voces que los llaman al móvil para pedirles una vuelta a todo lo que es posible de noche.
Los hay parcos, encantadores, simpáticos, educados, pendencieros y quemados. Filósofos, con aire de mundo y de naufragios, con un pasado aventurero o una niebla de la que todavía no se han puesto a salvo, y otros de los que uno sospecha que se convertirían en ceniza si amanecen al volante. La mayoría son buenos profesionales de años, hechos a sí mismos en carreras de horario infame, o tipos que un día bajaron de un barco mercante, de un tren de largo recorrido o de una esquina en la que no les esperaba nadie. De un tiempo a esta parte cada vez hay más mujeres, chicos jóvenes y miradas con cicatrices a los que la crisis ha obligado a tomar la dirección de la vida entre sus manos, aunque escaseen las carreras largas y un respiro autónomo a final de mes. El destino sobre el que no conocen atajos para llegar a tiempo. He conocido muchos taxistas como lo expuestos. Incluso algunos listillos y a algunos que saben hacerse el sueco. Pero nunca he conocido a ninguno que se hiciera el noruego. Igual que el primer ministro laborista Jens Stoltenberg, popular después de disfrazarse de taxista una tarde de viernes para que los usuarios, elegidos en un casting previo, le pidiesen una carrera al presente de una dirección de Oslo y otra a los próximos cuatro años si en septiembre vuelve a salir elegido. El primer ministro ha conseguido publicidad, que sus paisanos crean que es un político cercano que pregunta coloquial y escucha consejos, y tal vez adelantar en las encuestas de campaña a la conservadora Erna Solber. Pero desde luego no ha conocido qué es ser taxista ni qué agrava su oficio.
A los políticos que son bastantes narcisistas, curiosamente siempre les ha gustado disfrazarse. En el imaginario hay muchas leyendas que disfrazan a los príncipes entre plebeyos. Igual que la literatura ambientó a millonarios entre la vida de los pobres y el cine a pobres convertido en impostores de clase alta. Lo cierto es que los políticos sólo juegan a este teatro por unas horas, con escolta secreta y televisión propia que transmita su reality show. Y además el simulacro se les nota. ¿Se imaginan a Rajoy, a Cospedal, a Rubalcaba, a Bárcenas, preguntándonos la dirección de nuestros sueños y necesidades, chismorreando sobre corrupción, impuestos y la tiesura de la vida? Ojalá lo hiciesen de verdad. De incógnito, a destajo durante un mes, con el peligro de vivir lo que el taxista de Collateral de Michael Mann, los cinco de Noche en la Tierra de Jim Jarmusch (excelentes películas) o los reales que le contaron en Taxi a Kahled Al Khamisi sus historias laborales en el Cairo, antes del actual fraticidio en llamas y sangre. Si lo hicieran tal vez aprenderían a gobernar con más sentido común. Como si fuesen auténticos compañeros de carrera en la ciudad y en la realidad por la que conducirnos hacia el futuro.

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