jueves, 16 de mayo de 2013

Odio.



  •                    El recuerdo que tenía de mi padre era sentado en la barra del bar en la esquina de mi casa. Me empezó a llevar con él desde que tuve los cinco años, mi madre no opuso gran resistencia, tenía otros seis hijos a los que cuidar y deshacerse de uno por unas horas era un trabajo menos.  

                       Todos los días a las seis de la tarde cuando él se levantaba de la cama y comía algo nos íbamos al bar, él lo llamaba pomposamente cafetería, quizá para dar la impresión de que tomaría un café o quizá para paliar un poco el remordimiento que sentía por dejar a su mujer sola con la riada de chiquillos.                          Vivíamos de una pensión del estado que heredó mi madre de la suya, unas míseras monedas que nos daban para malvivir, y ahí estaba el que se suponía era el cabeza de familia, la mañana durmiendo y la tarde en el bar.                          Me hice responsable de que llegara a casa noche tras noche, le servía de ayuda en las intensas borracheras en donde poner un pie tras otro le suponía una gran dificultad. Pero ahí estaba yo, pequeña pero grande sabiendo conducirlo hasta la casa triste donde vivíamos.                           Esa fue la parte que mas recuerdo de mi niñez, por lo demás, acudí al colegio cuando cumplí los ocho años y terminé el grado medio sin problemas, de hecho fui muy buena estudiante.                     He pasado toda mi vida odiándolo, lo he odiado tanto, que hoy día, desde mi vejez, siento que me duele el alma, que no tengo sentimientos y los pocos que tenía  se han quedado en el camino del horror y la malquerencia hacia mi padre, la rabia y el desprecio han formado mi itinerario en este rumbo sin sentido en que me ha puesto la vida.                      Ha sido tal el calibre de esta repugnancia y saña, que incluso no pude nunca soportar a los de su mismo sexo, nunca he tenido relaciones con otros hombres que tuvieran  cierto parecido a mi padre, el ver por la calle a alguien que se le pareciera me hacía automaticamente cruzar la acera.
                       Comprendo ahora después del tiempo, que todo era rayano en la patología pero en aquellos momentos no lo entendí así y que perdonar tiene que formar parte de todo ser humano, pues el no hacerlo supone llevar consigo pesadas cargas durante toda la vida.
                  Ahora que la muerte me acecha, que la vejez forma parte de mí y que  sé que pronto me encontraré con él, quisiera poder perdonarlo, buscar la forma de cambiar el concepto que siempre tuve.
                     No se como hacerlo y lucho a diario con eso, lo lograré, lo sé, es lo que le pido a mi dios, que antes que me lleve, lo haga con un alma limpia y sin atisbo de esa hostilidad y desprecio.
                              

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola, gracias por dejar sus comentarios, prometo contestar a todos. Besos, Maca.