El monje subió despacio la colina que daba a la iglesia, sus piernas de viejo no le ayudaban pero aún así, caminó hacia arriba lo más rápido que pudo. Le avisaron hacía ya dos días pero la distancia era larga y no pudo llegar antes. Según se acercaba tocó el rosario atado a su cintura y pidió por la salud de su hermano.
Unos metros más allá, divisó el pequeño campanario de la capilla, después de tantos años se notaba el paso del tiempo y ahora era pasto de hierbajos, el techo no se veía y por el suelo escombros que nadie había retirado.
El hábito revoloteaba en torno a sus piernas, la ventisca aquí arriba era intensa y se arrebujó como pudo entre sus ropas. La dolencia que estaba matando a su hermano corría de manera meteórica por su cuerpo, hacía ya un año que lo vio por última vez y lo recordaba sano y contento.
La puerta de la iglesia estaba abierta y con un empujón accedió a ella, a pesar de ser de día la oscuridad era total, ni siquiera un cirio encendido iluminaba la estancia.
Simón caminó con lentitud hacia el altar tanteando sobre los bancos, divisó a la mujer arrodillada cuando casi estaba a su lado, rezando encorvada.
Cuando Simón vio la caja donde yacía su hermano, su madre y él compartiendo la pena, lloraron juntos por no haberlo podido abrazar por última vez.
La puerta de la iglesia estaba abierta y con un empujón accedió a ella, a pesar de ser de día la oscuridad era total, ni siquiera un cirio encendido iluminaba la estancia.
Simón caminó con lentitud hacia el altar tanteando sobre los bancos, divisó a la mujer arrodillada cuando casi estaba a su lado, rezando encorvada.
Cuando Simón vio la caja donde yacía su hermano, su madre y él compartiendo la pena, lloraron juntos por no haberlo podido abrazar por última vez.
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