martes, 23 de agosto de 2011

El hombre del abrigo claro.


                         Un hombre de abrigo claro y gafas de pasta, pasó como una exalación. Un leve empujón y un disculpe apresurado fue todo lo que oí. Dos días más tarde, vi su foto en el periódico, en la sección de sucesos. 
                         La policía llegó a mi casa un día después, una cámara me delató, la pregunta era inevitable, ¿ porque no acudió a nosotros?.  Mi respuesta se quedó en el aire suspendida de un leve tartamudeo que siempre acudía a mí en los momentos menos necesarios. Porque el policía-detective que me observaba como si fuera una criminal, seguro que no creía en las personas que vacilábamos al hablar.
                               Los dos tenían pinta de indigentes, no vestían como en las películas, gabardinas, trajes de chaqueta, cazadoras de cuero, no, éstos llevaban camisa de hace varios días y playeras también sucias.
                            Mientras hablaban yo me fijaba en su indumentaria y en los ojos extrañamente juntos del más pequeño. Hizo una pregunta que quedó en el aire, no la había escuchado. La repitió en voz más alta y entonces me di cuenta de que iba dirigida a mí, claro ¿a quien si no?. Le contesté y ésta vez  pareció que mi tartamudeo era peor que hace un rato. Me sentí realmente mal.
                             Cuando se marcharon con el consabido saludo de "ya tendrá noticias nuestras," pensé que el café que se habían tomado, con el veneno dentro, no empezaría a hacer efecto hasta seis horas después.

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