viernes, 8 de julio de 2011

Una vida sin retorno.


                  Al no saber que hacer en aquel momento, me decidí por ir a dar un paseo, caminar un rato por los alrededores de mi casa, ver gente y escuchar los típicos ruidos de la ciudad, pensé que me devolverían por un rato a la realidad de la vida diaria. Llevaba tanto tiempo enclaustrada en mi casa, criando hijos y cuidando de unos padres enfermos, que ahora que había dejado todo atrás, que tenía el tiempo para mi sola, el día se me hacía eterno, las horas pasaban con tal lentitud, que la llegada de la noche era casi un alivio.
                  Me mudé a esta pequeña casi hacía un par de semanas, mis hijos querían que viviera con alguno de ellos, pero me negué en rotundo, necesitaba mi propio espacio. Cierto es que todavía no había empezado a cambiar mi forma de vivir, pero intentaba que las cosas se pusieran en orden dentro de mi cabeza y fuera de ella. Todo necesita un tiempo, me dije, la vida me irá marcando pautas.
                     Cerca de donde estaba mi nueva casa, había un parque enorme o al menos me lo parecía, paseé por el la semana pasada y no llegué al final. Mientras caminaba me fijaba en otras mujeres de mi parecida edad, algunas incluso iban con niños de la mano, podrían ser abuelas o madres, yo había tenido a mis hijos tan joven que casi era una niña, pero en mi pueblo, todas nos casábamos con esos años, ahora se que es un error, pero en aquel entonces me parecía normal.
                         A mi lado pasó corriendo una pequeña y su madre detrás, la atrapó al vuelo, las dos se rieron, yo también, me fijé en su vestido suave y vaporoso, como correspondía a un día de primavera, estaba cuajado de pequeñas florecillas de colores y se movía al compás de sus piernas, me gustó mirarlo y pensé que necesitaba ropa nueva.
                         Mi marido, cuando falleció hace cinco años, me dejó una pensión que aunque no daba para lujos, podía vivir holgadamente. Los padres que me quedé cuidando, eran los suyos, pues no tenía más familia, a los míos, no los conocí. Mi marido, era un buen hombre.
                       Dos horas después, llegué al final del parque, estaba vallado pero tenía una puerta por detrás, así que salí por ahí y volví a casa por otro camino, así iba conociendo la zona, otras dos horas de paseo que hicieron que por la noche durmiera con un descanso más reparador.                      
   

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola, gracias por dejar sus comentarios, prometo contestar a todos. Besos, Maca.