sábado, 9 de julio de 2011

Un cambio en mi interior.


                                   Me asomé a la orilla del lago buscando al chico que había contratado para esos días en la isla, pero ni rastro, la barca solitaria estaba en el mismo lugar en que la dejamos ayer. Volví sobre mis pasos y una vez en la cabaña, me senté a tomarme otro café esperando que hiciera acto de presencia, sin él, era mujer perdida, no sabía remar y no había otra forma de desplazarse. La isla era muy pequeña, por eso la elegí, yo era la única habitante en aquel momento, habían varias cabañas más alejadas de la mía, pero estaban deshabitadas. 
                             Me serví otro café despotricando del muchacho que había contratado, me parecía irresponsable por su parte el marcharse de esa forma y durante tanto rato. Mientras saboreaba el tercer café de la mañana, me senté ante el ordenador dispuesta a trabajar un rato, mi profesión de escritora no me dejaba mucho tiempo libre, era muy ordenada en mis horarios y procuraba que nada ni nadie me molestara en esos ratos.
                            Cuando decidí irme a esta isla perdida en el otro extremo del mundo donde vivía, no fue por una pérdida amorosa ni siquiera por necesidades emocionales, no, a veces, yo misma intentaba autoanalizarme para averiguar que fue lo que hizo que hace una semana, de repente y sin avisarme ni a mi misma, tomara esta postura. Pero como me aburrí de buscar el porqué, simplemente deduje que lo necesitaba. Llevaba ya escribiendo casi una hora, cuando mi espalda me dijo que me fuera a dar un paseo y que unos estiramientos no me vendrían mal. Entonces lo vi, yacía en un pequeño descampado cercano a la casa y no estaba solo, lo acompañaba una chica del lugar, lo supe por el oscuro pelo y la escasa vestimenta. Me paré y los miré durante unos segundos, intentando averiguar quien estaba encima de quien.
                         Entonces, avergonzada de mi voyeurismo, di media vuelta y tomé otro recorrido. Al llegar a la cabaña, los dos estaban sentados en la puerta. Francis me presentó a la chica y pidió disculpas por haber llegado tarde, le respondí con un gruñido y los tres entramos. Ella se llamaba Diana, cuando me llamó señora como hacía todos los días, estúpida de mi, me sentí ofendida y le dije que mi nombre era Claudia, que me llamara de esa manera.
                             Diana se ofreció a hacer la comida, no se que fue peor, pues verla caminar por la casa con su pareo ceñido al cuerpo y su recortada camiseta dejando ver su barriga tersa y morena, me ponía los dientes largos, la comparaba con mis chichas, que por mucha dieta y gimnasio, no terminaban de desaparecer.
                        Terminamos de comer y Francis se ofreció a ir con la barca a una isla cercana, le dije que tenía jaqueca y que pasaría la tarde en casa. Tenía cosas en las que pensar.
                           Hice la maleta, me comuniqué con la agencia, en un par de días volvería a casa. En unos instantes resolví cual era el mal que me había llevado tan lejos y al hacerlo, supe cual era la solución. Al ver a la chica y quedarme fascinada por su juventud y belleza, me sorprendí deseando ser como ella, como no lo podía conseguir, un extraño rebote había entrado en mi mente, simplemente no aceptaba mi edad y los años que la vida me ofrecía. Elegí ser una egoísta, no disfrutar de lo que tengo que es mucho, sino desaparecer con mi rabia.
                              Pero algo había cambiado dentro de mi, quería estar en mi casa, con mi familia y amigos, disfrutar de ellos y en algunos casos, hasta pedirles perdón.

                                                             


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola, gracias por dejar sus comentarios, prometo contestar a todos. Besos, Maca.