viernes, 29 de julio de 2011

Un padre desconocido.

                         Anochecía cuando llegué a mi futura casa. Bajé del coche y me paré delante del edificio. No tenía mala pinta, rojo ladrillo, se veía cuidado y limpio. Portero automático, de los de cámaras. En el vestíbulo, otro portero, ésta vez de carne y hueso, me llamó por mi nombre y apellidos y se ofreció a llevarme el equipaje hasta mi piso. Cámaras en el ascensor y en los pisos. Bien se cuidó Lucas, de que nadie entrara en su casa si él saberlo. El portero  abrió la puerta con su llave maestra y me dejó paso. 
             Lujo hasta en el papel higiénico, pensé. Mucho dorado por todos sitios, inmensos ventanales que daban a la playa, daba pena hasta pisar las gruesas alfombras que imaginé serían de lo más caras. El portero terminó de abrir las cortinas adamascadas de color oro viejo, si no necesita nada más, estoy en el teléfono once, llámeme si quiere algo. 
              Di una vuelta por el piso, tres baños, uno en cada habitación, todos en mármol blanco y para variar, dorado en los accesorios. La sensación de nuevo rico, se notaba en todas partes. Lucas siempre fue de aparentar lo que no era. Pero la casa era mía, eso estaba claro, como llegó a conseguir tanto dinero, no lo imaginaba.  Es lo que pasa cuando uno tiene un padre al que nunca conoció y  al morir te deja una herencia millonaria. 
               Sorteando las maletas, me acerqué a la cocina, enorme, perfecta. Tonos grises, acerados en los muebles y encimera, detalles en blanco, le hacía falta color, algo de vida, ya me encargaría.
                Cuando empecé a deshacer las maletas, sonó el teléfono, el portero me avisaba de una visita. Eugenio acababa de llegar. En unos minutos tocó a la puerta, al abrirla me fijé en el número pegado en ella, en tonos dorados, el seiscientos ochenta y siete destacaba en el blanco. Eugenio era mi mejor amigo, nos conocíamos desde muchos años atrás y habíamos vivido y compartido mucho. Al entrar, dio un gritito de satisfacción, llevándose las manos a la cabeza. Se te nota la pluma, le dije entre risas mientras nos abrazábamos. Meri, Meri, somos ricos, y siguió dando vueltas y saltos por toda la casa, sus exclamaciones de satisfacción, las oirían de lejos.
                        Una vez que se hubo tranquilizado, nos sentamos, no entendíamos como pudo mi padre, al que siempre consideré un perdedor, llegar a tener tanto dinero para poder comprar ésta casa. Eugenio me dijo con seriedad, drogas o algo ilegal, seguro. Pero con el tiempo y la ayuda de un abogado, me enteré. Durante toda la vida trabajó para mi, me abandonó siendo yo pequeña, y esa... fue su manera de compensarme.                      

                     

                    
                 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola, gracias por dejar sus comentarios, prometo contestar a todos. Besos, Maca.