martes, 12 de julio de 2011

Maravillosa historia de amor.


                     Acerqué mi cara a las suyas, pero no queriendo interrumpir ese instante de intimidad,  al segundo, la aparté. Aún así, siguieron soslayándoce un rato más, hasta que hartas de esa forma de profanar su particular momento, emprendieron el vuelo.
                          Me tiré hacia atrás y miré el cielo azul, la mano de Javier no tardó ni un segundo en tocarme. Fuerte tío, pensé, le gustan más unas tetas que comer. Me puse en pie para marcharme a pesar del disgusto de mi acompañante, tengo que entrar de nuevo a trabajar, ya es la hora. Si, dijo yo también. Era mi jefe y trabajar no lo había hecho en su vida, su padre le dejó la empresa, iba a diario y yo pensaba que era porque se aburría con su madre viuda en  casa.
                           Mi trabajo era de administrativa, no es que me sintiera muy satisfecha con el pero me servía para mis gastos y mi piso de alquiler, no obstante, siempre intentaba encontrar otro mejor. Difícil era porque no tenía estudios superiores y no se me apetecía hacer cursos ni nada de eso. Al menos lo intentaba y siempre cuando andaba callejeando, con frecuencia apuntaba direcciones y números de teléfonos que me parecían interesantes y veía por ahí.
                           Este fin de semana me marchaba a una fiesta que duraría dos días en una casona fuera de la ciudad, me invitó un amigo de mi jefe, por eso me gustaba relacionarme con gente de dinero, nunca se sabía lo que podía pasar...
                                Preparé una pequeña maleta y Pablo pasó a recogerme  a las cinco del viernes, era un verano caluroso, me pertreché bien de ropa delicada y transparente donde no faltaron varios bikinis, podría lucir mi fantástica figura. Quizá me viera algún representante de modelos o algo así. Pensé que si mi madre escuchara mis pensamientos ya me estaría aterrizando y diciéndome con rapidez que  estudiara y no tuviera tantos pajaritos en la cabeza.
                              Llegamos seis horas después, no imaginé que fuéramos a tardar tanto, Pablo tampoco, la entrada de la casa, no era para tirar las campanas al vuelo, una verja oxidada demasiado alta y abierta y un sendero lleno de hierbajos secos y pedruscos, al que acompañaban a los lados enormes árboles, casi daban ganas de dar la vuelta. Hicimos los comentarios de rigor mientras proseguíamos el trayecto, en algún momento acabó y pudimos ver la horrible casa en donde íbamos a pasar el fin de semana. Multitud de coches en la entrada y personas sacando sus maletas y enseres. Nos  dirigimos hacia ellos y mientras Pablo saludaba aquí y allá, fui sacando las cosas del coche, entramos en la casa, entre risas.
                           El dueño de la supuesta mansión, que bueno, lo era, aunque en pésimas condiciones, se llamaba Rodolfo, casi todo el mundo lo conocía y al presentármelo, me pareció más bien un escribiente de esos de antiguas películas, que un chico de hoy en día. Gafitas redondas y pajarita. A pesar del calor, vestía chaqueta de cuadros aunque al menos la modernizaba algo con unos vaqueros y botines con cordones. Me fijé que todo el mundo se reía de él, pero todos acudieron a su casa a aprovecharse de su hospitalidad, no entendí como se le ocurrió invitar a amigos de ese tipo.
                            Al día siguiente, bien temprano, acudí a la piscina ubicada detrás de la casa, esta si que la tenían en perfectas condiciones, siempre me gustó levantarme temprano, me fascinaba el amanecer y en el espectacular silencio de la madrugada, bajé con cuidado los dos pisos en donde estaba mi habitación cubierta por mi albornoz y con la toalla en la mano. Con cuidado abrí la cristalera y accedí al recinto en donde estaba la piscina, ya llevaba un rato en remojo, empezaban a salir tímidos rayos solares, cuando el dueño de la casa sin apercibirse de mi presencia, se metió en el agua.
                                 Lo vi llegar agarrada a la escalerilla, desde el otro extremo, un pequeño bañador azul lo cubría, tiró la toalla en una tumbona y se quedó unos segundos mirando las lejanas montañas, yo, me quedé los mismos segundos mirándolo a él, que estaba más cerca. No era igual verlo vestido que en bañador, tenía un cuerpo de los que le llaman de escándalo. Se tiró al agua con impecable estilo y al llegar hasta donde estaba yo, fue cuando se percató de mi presencia. Al mirarnos tan de cerca, tan mojados, me pude dar cuenta del color de sus ojos, eran entre verde y marrones, el pelo lo llevaba hacia atrás y las gotas de agua resbalaban por su cara, con una mano, las apartó. Fue lo que le llaman un flechazo a primera vista, no les voy a contar el resto.... porque pertenece a mi intimidad, pero fue una fantástica historia de amor.






                            
                           



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