lunes, 11 de julio de 2011

El estofado de carne.

                    Vaya tormenta, me dije, mientras corría como una loca camino a mi casa. Ay, me tengo que quitar esta coletilla del me dije, si mi madre me oye, me mata, me dije. Abrí la puerta y empapada pasé. La zona no es que fuera nada del otro mundo, trabajadores de la fábrica cercana. Les habían construido las casas prefabricadas hacía ya muchos años con la promesa de cambiarlas por otras de mejor construcción, yo no había nacido cuando eso y ahora que tengo dieciocho, los trabajadores ya se cansaron de esperar y protestar por casas mejores.
                   Calenté el estofado de la cena, de nuevo carne, sabía que era barata, pero estofado a diario nos iba a estropear el estómago, mi madre era una pesada, me dije. Ay. Mis hermanos estaban ya dormidos, se levantaban temprano para ir al colegio, yo también me acostaría pronto. Mi madre se sentó junto a mi en actitud sospechosa y me asusté, pasa algo, le pregunte con un trozo de carne a medio pinchar en el tenedor, se inclinó y musitó, viene tu primo Juancho. Ah, me dije. Y quien es, le pregunte, mujer, tu primo, el hijo de mi hermana Juana, que se marchó de aquí hace ya diez años. Mamá, yo tenía ocho, no me acuerdo. Pero si lo querías mucho, protestó, pues no recuerdo quien es y con un beso en su frente, me fui a dormir.
                      Y,sí, Juancho llegó dos meses más tarde. En ese tiempo me informé de quien era y que venía a hacer en este lugar tan pobre un hombre tan adinerado, al menos eso decía mi madre. Nadie en mi familia lo tuvo nunca demasiado claro, que si ver a su gente, que si recuperar el tiempo perdido, que si montar un negocio, bah, boberías, me dije, nadie deja la buena vida para instalarse de nuevo con los pobres.
                        Y el día que entró por la puerta de mi casa, me di cuenta de que estaba en lo cierto. Juancho, era el típico vividor. Agradable y conversador, prometió, como tenía que ser, el oro y el moro a mis padres, casi, casi, los iba a sacar de la zona y no habló de comprarles un palacio porque creo que se cortó un poco cuando vio mi entrecejo fruncido. Trajo regalos para todos, como tenía que ser y como también tenía que ser, me habló de los felices momentos que pasamos juntos cuando pequeños y que nunca había olvidado. Teniendo en cuenta que me llevaba diez años, me dije, en aquel entonces, él, si era normal, tendría que estar corriendo detrás de alguna falda, no jugando con una chiquilla de ocho.
                          Creo que esa fue la primera vez que sentí que tenía que proteger a mi familia, los vi desvalidos y desamparados frente a la arrogancia y vileza....bueno, se que a lo mejor me estoy pasando, me dije, pero si es cierto que este viene a por algo y mi familia cree que es la amabilidad personificada.
                         La situación se fue tranquilizando, en mi mente, me dije, porque Juancho estuvo en casa de sus padres casi dos meses, no lo volví a ver hasta pasado ese tiempo. Un fin de semana, vino a despedirse, se marchaba. Aluciné. Se marchaba, adonde, le pregunte atontada, se va de nuevo, respondió mi madre, no te dije que operaban a su padre para no disgustarte, ya se cuanto quieres al tío y sin volverse, siguió revolviendo... el estofado de carne.                              

                         


                       

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