lunes, 4 de julio de 2011

La ofrenda que me dio la vida.

                  Casi, casi, llegué a pensar que ese día sería uno de los mejores de mi vida. Pero me equivoqué, no sólo no fue el mejor sino casi diría que uno de los peores. Salí temprano de casa para el examen de fin de curso de ingles, al llegar a la academia, un siniestro incendio se comía el edificio, lo típico de estos casos, bomberos, policías, ambulancias y multitud de personas formando corrillos y observando la escena. Me quedé pasmada, era mi último examen de quinto curso de ingles, se decidía si terminaba la carrera y una semana más tarde me marchaba a Londres. 
                  Encontré en una esquina alejada a los alumnos de mi clase, tan cabizbajos e impresionados como yo, la profesora llegó al poco rato, no pudo darnos solución al problema, sólo nos comentó  que lo sentía y que tendríamos que volver en Septiembre. 
                    Por supuesto, no me pude ir a Londres, perdí la mitad de mi billete y una de mis mejores amigas tuvo que ser hospitalizada con quemaduras de segundo grado. Pasé un mes terrible por mi amiga,  al final todo salió bien y pudo volver a casa. El resto del verano, me fui con mis padres a la casa del pueblo, ahí todo era paz y tranquilidad...hasta que llegué yo.
                       Mi única hermana, con la que me llevaba doce meses, me llegó a decir que estaba gafada y casi me lo creí, pero lo cierto es que llegando a nuestra casa, en la curva que la precedía, un enorme camión de leche, volcó, todo su contenido se desparramó por la carretera, al chófer no le pasó sino el disgusto y mi hermana me miró con una sonrisa de emoticono.
                           Pero eso fue lo último que sucedió en mi arriesgado comienzo de verano, porque conocer a Julio fue una especie de ofrenda que me dio la vida. Si, pues el inicio de un primer amor, es un halago que el universo pone a nuestros pies.






                  
           

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