domingo, 3 de julio de 2011

La albahaca.

                       Cuando estuve cerca de las plantas aromáticas del jardín, me senté en el suelo de tierra, delante de ellas y pasé la mano sucesivamente por la albahaca y el romero, después las olí, era como transportarme a otro mundo de sensaciones y sentidos. Corté unos trocitos de tomillo que necesitaba para la comida y regresé a casa. Me encantaba el hecho de poder dejar la puerta abierta, que fluyera la energía, que el aire entrara y saliera por donde quisiera. 
                        La cocina no era demasiado grande, pero los olores que  salían por ella, decían mucho de quien la habitaba. Hablaban de acogimiento y cariño, de amores y sencillez, también de algo más, quizás, de lo mucho que se daba en esa casa sin esperar nada a cambio. Si, todo eso es lo que se notaba con un simple olor.
                     Carmen llevaba viviendo toda su vida en la casa de la colina, todo el mundo la llamaba de esa forma porque en la pequeña montaña no se construyó ninguna sino la de sus padres, al morir estos, ella se quedó allí y siempre dijo que mientras lo pudiera evitar, no se marcharía. Se sentía una mujer feliz, tenía todo lo que necesitaba. A la sazón, contaba con treinta y cinco años de edad, se dedicaba por las tardes a dar clases a grupos de alumnos, a pesar de que sus padres le habían dejado una pequeña renta para sobrevivir, le gustaba su trabajo, a muchos, los más pobres, ni siquiera les cobraba, sabía de los apuros económicos de sus padres.
                       Los fines de semana, los indigentes de la zona, podían ir a almorzar a su casa, se cerraba la casa de caridad del pueblo que los acogía y ella le preparaba el almuerzo, a veces la cena. La gente quería a Carmen, sabían que era de naturaleza bondadosa.
                         Mujer práctica donde las hubiera, no tenía problema en ofrecer ayuda y tampoco en pedirla cuando le hacía falta. Cuando empezó a darse cuenta de que un tipo de necesidad estaba  emergiendo en su vida, decidió ponerle solución.
                             Lo meditó y una semana más tarde, bajó al pueblo en busca de lo que necesitaba.
                   Carmen quería así de simple, un hombre. Aparte de las necesidades físicas, quería formar una familia. Y como siempre conseguía sus objetivos, esta vez no iba a ser menos. Ocho meses después, se casó con el que sería como no, el futuro padre de sus hijos.





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