sábado, 2 de julio de 2011

Despacio, con tranquilidad.


                      Nos sentamos cerca de la ventana más próxima, se veía el mar y el mediodía con un magnífico cielo azul. Como los dos éramos vegetarianos, pedimos ensalada y verduras a la plancha, un manjar de dioses, pues lo servían con una salsa a base de pepino y yogurth, que sabía de maravilla.
                Terminamos de comer y salimos a dar un pequeño paseo por el muelle cercano. Pescadores y jóvenes aprendices, sentados, intentaban pescar algo para la cena. Nos paramos un rato a observarlos, algunos eran muy viejos, sus caras arrugadas, hablaban de muchas horas de sol, otros, eran demasiado jóvenes, casi parecían sus nietos. Empezaban en ese mundo de dureza y alegrías, pensé. Reían mientras hablaban entre ellos, mientras esperaban la pesca, la comida para casa. Hoy era fin de semana y las barcas descansaban durmiendo la siesta a lo lejos, se balanceaban mecidas por la suavidad de las olas, pero ellos, sus inquilinos de a diario, las vigilaban desde la costa.Todo un mundo
 de color posado sobre el agua.
                  Al rato, una lluvia ligera y pertinaz invadió el pueblo y sin ninguna prisa, como se solía hacer todo por allí, empezaron a recoger sus bártulos, en unos minutos, una calmosa tranquilidad invadió el muelle. Saqué mi paraguas del bolso, nos acurrucamos uno junto al otro disfrutando del momento. El brillo del mar se unificó con el del cemento de la calzada, parecía que hasta el aire tenía matices irisados.
                    Despacio, con tranquilidad, como se solía hacer todo por allí, nos marchamos a casa.
                 

                         



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola, gracias por dejar sus comentarios, prometo contestar a todos. Besos, Maca.