sábado, 9 de julio de 2011

El desencadenante.


                                 Me dio tanto coraje que me tratara de aquella forma, que ni le contesté, di media vuelta y poniéndome un chándal y zapatillas, salí a correr al parque. Diez años de matrimonio, pensé mientras corría, dos hijos en común, una familia formada con esfuerzo y dedicación para que este pazguato siga hablándome como si tuviera quince años. Por mucho que le había dicho en ese tiempo, que lo habíamos hablado y que en más de una ocasión, él escuchó incluso mis amenazas de marcharme y dejarlo, le daba igual, en ocasiones llegaba a humillarme delante de los amigos o familiares, terminé por abandonar casi todo tipo de relaciones sociales.
                 A aquella hora de la tarde, había bastante gente por el parque, saludé a un par de conocidos mientras corría, pero mis pensamientos seguían en mi casa, en donde lo dejé a él, al hombre con el que tenía esa extraña relación de amor-odio que duraba toda una vida. Sabía que no lo iba a dejar, mis inseguridades no me permitían vivir sin un hombre al lado o lo cambiaba por otro o me quedaba como estaba y mis inseguridades me decían que no habría otro hombre que se enamorara de mi, porque yo no lo merecía. Él había hecho bien su trabajo, pensé.
                    Cansada, me senté en una piedra del camino a beber agua, miré a ambos lados y como no venía nadie saqué un cigarro. Fumé durante un rato con rapidez y con la colilla del primero encendí el segundo, desde luego cavilé, mi marido no era tan mal hombre, es verdad que tenía ese carácter fuerte, pero nunca me había pegado, hasta ahí podíamos llegar, me dije, cierto es que eso sería el desencadenante para que lo abandonara, lo viví con mis padres y siempre me dije que nunca dejaría que un hombre me pusiera la mano encima. 
                       Fumaba lentamente el segundo cigarro pensando de esa forma, pareces una mujer que recibe maltrato sicológico, me dijo la voz de mi conciencia, si, lo sé, le contesté, pero no lo puedo remediar, al menos no en este momento. 
                          Tardé casi dos horas en llegar a casa, retardé lo que pude mis pasos caminando despacio, al abrir lo vi en el salón con la botella de coñac en la mano. Rece por lo bajo, estaba medio vacía. Se dirigió hacia mi tambaleándose, sólo una mirada, cuando me tuvo cerca y con una inusitada rapidez en su estado, levantó la mano y me propinó una bofetada que me tumbó al suelo.
                                 No se si lo asustó más si mis risas o cuando empecé a chillar como una loca....el desencadenante, el desencadenante......




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