miércoles, 6 de abril de 2011

Mi límite.

                    No fue tiempo perdido el que mantuve la relación. Más bien diría que los años aquellos, aprendí cosas que hasta ignoraba que existían. Él fue conmigo casi un maestro, un amigo y  un padre. Lo quise tan locamente, que el momento en que desapareció de mi vida para siempre, creí morirme. Y pensé que la próxima persona con la que iba a compartir mis años, era igual. Me equivoqué. 
           Julián no se parecía en nada a Marcos,  de carácter orgulloso y rígido, se creía el centro del Universo, pensaba que todo giraba a su alrededor y era incapaz de sentir algo de aprecio por los que consideraba inferiores. De todo eso me vine a dar cuenta una vez que empezó nuestra convivencia.  
                Sentí que el mundo se hundía, no comprendía esa actitud de prepotencia, cuando hasta ahora me había demostrado lo contrario. Así que un año más tarde, decidí separarme. No me lo puso fácil, pero al final lo conseguí. El problema surgió después, pues empezó una persecución de lo más atroz. Lo encontraba por la noche al llegar a casa, apostado en el jardín, preparado para decirme las frases más crueles. En otros momentos, me seguía hasta el trabajo y los insultos, volaban. El colmo fue cuando llamó a mi madre para contarle de la p..de su hija. 
                      Ahí, llegué a mi límite. Decidimos junto a mis dos hermanas, buscar una solución. El hombre que contratamos a través de un conocido, le iba a dar un buen susto. Pero se pasó, estuvo hospitalizado casi un mes, pensaron que quedaría con lesiones y cuando por fin se recuperó, volvió a las andadas. 
                      Una noche, al llegar a casa, lo encontré afuera, la cara descompuesta de la rabia, sentí terror al mirarlo, irradiaba odio y rencor. Intenté hacerme la tonta, el miedo y el horror, los llevaba junto a mí. Pero cayó en la trampa, después de un rato de hablarle sobre como lo echaba de menos y lo que sentía aun por él, surgió de alguna forma su terrible narcicismo y se lo creyó.
                       Entramos en la casa y a pesar del temblor de mis manos, logré ponerle una bebida con un veneno. Se la tomó sin pensar. Yo, me libré de él y él,... pasó a mejor vida.

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